Revista Viviendas y Comunidades Sustentables

n14, julio-diciembre 2023 | Artículos



Introducción

Al grito de “¡A ver, mi gente, ya se la saben!” nos despojamos de lo poco o mucho que traemos de valor mientras transitamos por algunos lugares, sea a bordo de transporte público o privado, sea a pie. Este grito cada vez más cotidiano en la periferia oriente de la Ciudad de México, no solo por escucharse en distintos medios de comunicación de circulación nacional, sino también porque cada vez somos más personas quienes lo hemos escuchado, a voz en cuello de quien trata de intimidarnos.

Esas ocho palabras se han convertido en algo tan cotidiano que, al retumbar en nuestros oídos, sabemos qué hacer, pero ¿por qué lo hacemos? La respuesta inmediata sería evitar un rostro amoratado, y habría que añadir que con el tiempo nos hemos visto obligados a saber-hacerlo. Al parecer, hemos armado un conjunto de pasos a seguir, como si en algún momento se dieran cursos formales sobre cómo reaccionar a esas ocho palabras y, sin embargo, no los hay.

A lo largo de este artículo mostraré que, al conocer el significado de aquella oración imperativa, la cual no se circunscribe al despojo solamente, nos vemos obligados a construir saberes que nos permitan transitar contextos de inseguridad. En otras palabras, saber moverse en contextos de inseguridad urbana implica que construyamos, consciente o inconscientemente, prácticas estratégicas que nos permitan evitar el robo o, por lo menos, salir lo menos desvalijados posible.

Como se verá más adelante, estos saberes vinculados a la movilidad en estos contextos de inseguridad son conocidos y practicados por las personas que circulan en clave multimodal por el espacio público porque la inseguridad no es algo que esté flotando en el aire, sino un conjunto de experiencias acumuladas que se consolidan en conocimientos corporizados, interconectados y en movimiento, los cuales se transmiten y se modifican en la cotidianidad.

En este sentido, la pregunta que guía el presente artículo consiste en distinguir ¿cuáles son y cómo construimos los saberes que nos permiten movernos en contextos de inseguridad? En este marco, ofrecer algunas respuestas se convierte en el objetivo principal del artículo. Como adelanto habrá que distinguir, por un lado, los saberes previamente construidos y socializados y, por otro, los que se adquieren a partir de experiencias propias, con los cuales renovamos los conocimientos vinculados a la movilidad y a la inseguridad y contribuimos con el entramado cotidiano de la movilidad.

Para conseguir el objetivo, este trabajo se propone la siguiente ruta.

La primera sección describe los principales ejes teóricos que sostienen este artículo. El segundo apartado desarrolla tanto los elementos metodológicos utilizados para la investigación como el contexto de inseguridad ejemplificado con el municipio de Ecatepec de Morelos, en el estado de México. La tercera parte consiste en mostrar los distintos tipos de saberes que, articulados en la práctica, permiten transitar los contextos de inseguridad. Por último, cierro con un conjunto de reflexiones que, más allá de ser concluyentes, son la antesala de futuras cavilaciones.

Construir saberes de movilidad: un acercamiento desde las prácticas sociales

Desde la teoría de las prácticas sociales, las formas de adquirir conocimiento derivan de la relación entre procesos de socialización de un doble proceso relacionado con lo aprendido a partir de la socialización y a partir de las experiencias propias de los agentes sociales (Schatzki, 2002). Con estos esquemas a cuestas es posible dividir y jerarquizar el entorno, convirtiéndose en los filtros de nuestro hacer cotidiano. De manera que, con el conocimiento previo y lo experiencial, asignamos un sentido o significado a nuestras acciones y, en general, a las situaciones que se construyen con estos elementos (Bourdieu, 2007; Bourdieu, 2007). Ello incluye, claro está, las formas en que transitamos a través de los múltiples territorios.

Sin embargo, es preciso recordar que dicha socialización no se desarrolla de manera lineal o vinculada a un campo social específico, sino todo lo contrario. En tanto personas complejas, nos movemos en múltiples campos sociales, aumentando los saberes; es decir, el conocimiento es multisituacional y emerge desde la práctica misma (Lahire 2004).

Siguiendo con la propuesta pragmatista, los saberes aprendidos a través de la socialización no son estáticos ni inmutables, dado que, a partir de las experiencias propias, lo previamente aprendido cambia, lo ya conocido es modificado y la experiencia se sitúa como elemento transformador de los esquemas con que se vive el mundo. En otras palabras, con el cúmulo de experiencias se habita el mundo y se transforma (Schatzki, 2002). De manera que saber moverse a través de contextos de inseguridad implica su enseñanza y la experimentación del desplazamiento. Es un cúmulo de saberes incorporados y desplegados en el acto de moverse o transitar por los territorios.

Así, al asumir la movilidad como una práctica, es imposible reducirla a un simple desplazamiento limitado al transporte: no es así. Para moverse, particularmente en espacios urbanos, se requiere conocimientos sobre los horarios y los espacios, interactuar con otros transeúntes y, en general, reconocer el paisaje del viaje.

Conocer estos detalles se traduce en lo que algunos autores llaman la capacidad de movimiento (Kaufmann et al., 2004), a partir de los recursos y habilidades con que cuentan las personas durante el trayecto, y que en ocasiones entran en tensión con toda la simbología y los recursos materiales incrustados en el entorno. En este sentido, saber desplazarse implica la apropiación de los lugares de desplazamiento (Jirón et al., 2013).

Con este proceso de (re)construir saberes, los agentes móviles muestran no solo su capacidad de ir de un lugar a otro, en términos geográficos, sino también de hilvanar situaciones armónicas, tensas y, en ocasiones, contradictorias. En este marco, podríamos afirmar que saber moverse a través de contextos de inseguridad va desde permanecer seguro en casa hasta circular por calles o avenidas, usar medios de transporte, encontrarse con el otro o diferenciar espacios (in)seguros.

Para el caso de los textos de inseguridad, esto no es la excepción, y para las personas que transitan todos los días a través de ellos la inseguridad es algo que se vive cotidianamente a partir de los procesos de socialización y expresado diferencialmente en coordenadas espacio-temporales específicas.

Sin embargo, más allá de vivir la cotidianidad pensando en ello, sencillamente se vive, se habitan estos espacios, como han sugerido otros autores (Delumeau, 2013). Dicho así, pareciera que la inseguridad solo es un elemento difuminado; es decir, sin rostros particulares y sin lugares claramente definibles. Por momentos existe la impresión de que la inseguridad está en todos lados, y esto nos imposibilita para aprehenderla o identificarla (Reguillo, 2008). No obstante, la inseguridad puede materializarse en cualquier persona o lugar, pero un elemento propuesto por la literatura es que son las coordenadas espacio-temporales las que ayudarán a tener mayor claridad sobre dónde y cómo se ancla la inseguridad (Lindón, 2020; Reguillo, 2008).

Para los efectos analíticos de este artículo, es importante destacar la articulación de elementos como los procesos de interacción, la construcción del otro y la construcción de espacios (in)seguros, pues a partir de este engranaje es posible destacar las formas en que las personas se desplazan con mayor seguridad y, al mismo tiempo, se revela que el contexto de inseguridad aglutina elementos físicos y simbólicos que lo hacen más parecido a una atmósfera que parece cubrirlo todo, en especial los recorridos. Desde esta perspectiva, abordar la relación entre movilidad e inseguridad adquiere mayor relevancia y pertinencia si pretendemos salir de posturas que anclan la inseguridad a través de estigmas a personas y territorios, principalmente a sectores populares o comunidades desfavorecidas.

Al respecto, una vasta literatura ha señalado la estigmatización hacia sectores populares por parte de las llamadas clases altas y medias (Ortega Granados, 2017; Capron, 2016; Giglia, 2014); con este tipo de señalamientos estigmatizantes no solo se clasifica a las personas, sino también los lugares que habitan (Kessler, 2012; Reguillo, 2008).

Sin embargo, para enfatizar la relación entre movilidad y seguridad, algunos autores expresan que una forma de entender la relación entre movimiento y peligro es partir de las múltiples subjetividades producidas a partir de dicha relación (Lobo-Guerrero y Kuntz, 2017). Ahora bien, si tomamos la inseguridad como punto de partida, podemos observar las funciones que cumplen los distintos agentes sociales, sus lugares de tránsito, sus tácticas y rutinas, las formas de interactuar con el otro y, finalmente, las prácticas estratégicas desplegadas (Guittet, 2017).

En este sentido, conviene reiterarlo, los saberes vinculados al movimiento en contextos de inseguridad no son estáticos ni tienen código de origen. Sencillamente, para transitar contextos de inseguridad es necesario saber hacerlo.

Movilidad e inseguridad: una mirada desde lo experimental

Para ser coherente con la visión pragmatista anunciada desde el inicio del artículo, la etnografía se convirtió en una forma de aproximación; había que ser parte de la comunidad, estar cerca de sus haceres cotidianos. Es decir, no como mero observador, sino como un habitante más, como un practicante del lugar: había que estar ahí, cerca y dentro del lugar (Magnani, 2002).

Este posicionamiento respecto del trabajo de campo trajo consigo algunos contratiempos durante el proceso. El primero de ellos consistió en que habitar estas colonias no me era del todo ajeno: he vivido en colonias populares a lo largo de mi vida -Colonia Guerrero de la alcaldía Cuauhtémoc y barrio San Miguel en la alcaldía Iztapalapa;- por ello, pocas cosas me parecían extrañas. Silbidos, formas de hablar, caminar o de vestir eran tan familiares que me impedían ver más allá de los límites anclados en el lugar. Como diría Clyde Kluckhohn (1984), “difícilmente podría ser un pez el que descubriera la existencia del agua” (p. 21), y en un principio yo nadaba con cierta soltura. Sin embargo, con la constante ejecución de recorridos erráticos (Berenstein, 2012), las barreras fueron más claras. Siguiendo con la metáfora de Kluckhohn, el pez comenzó a extrañarse de las formas del agua, de sus tonalidades y de la profundidad con que podía nadar. Intentar dar cuenta de ello fue inevitable no acompañarlo de mi trayectoria de vida. Esta investigación, retomando a Christine Pirinoli (2004), se había convertido en un trabajo de campo donde la neutralidad no tenía cabida, y no podía hacerse de otra manera.

Así, en el contexto en el cual el yo formaba parte del trabajo de campo, recurrí a la antropología experimental, la cual apuesta por mezclar la escritura etnográfica y la literaria (Simon y Bibeau, 2016), con el propósito de acortar las distancias entre uno mismo y el otro, lo que se convierte en una especie de experiencia colectiva, de sensibilidad grupal.

Por lo tanto, situar este artículo desde lo experimental implica desdibujar, a través de la escritura, las barreras entre lo subjetivo y lo objetivo, y con ello alejarse de delimitaciones narrativas. Esta propuesta va de la mano con la idea de repensar la forma de escribir etnografías (Geertz, 1997). En síntesis, implica otra forma de escribir y articular las experiencias, las experiencias no como algo aislado, sino como parte de una colectividad. Una vez aclarado esto, es momento de situar dónde realicé trabajo de campo.

Habían pasado más de diez años y la violencia y la inseguridad parecían recorrer distintos caminos, unas veces aquí y otras allá, solo aparecía sin esperarla. Su presencia no se limitaba a un solo lugar; si pensamos en el mapa de México, con un conjunto de luces prendiéndose y apagándose donde la violencia y la inseguridad se manifestaban, los focos nos recordarían una serie navideña. El foco podía encender tanto en la frontera norte de México, donde ciudades como Tijuana y Ciudad Juárez se convertían en escenarios cruentos, como en Michoacán o Guadalajara.

Más allá de estos escenarios donde la violencia vinculada al tráfico de drogas era estridente y total, derivando en desplazamientos forzados, las luces se fueron encendiendo en Ecatepec de Morelos,1 uno de los 125 municipios del estado de México y el más grande de la Zona Metropolitana del Valle de México. Su enormidad, por su extensión territorial, 186.9 km2, o por sus más de 1.7 millones de habitantes, dejó entrever sus cualidades: popular, permeado por una atmósfera de inseguridad que parecía cubrirlo todo, y con un intenso dinamismo en términos de movilidad.

Al recorrer sus calles, uno puede darse cuenta del tipo de suelo predominantemente urbano, casi el 60%, y el resto del territorio con la categoría de no urbanizable, considerado como área natural protegida, particularmente la sierra de Guadalupe. Este factor da cuenta de los pocos espacios dedicados a la agricultura. Entre el suelo urbano ocupado, el uso predominante en Ecatepec de Morelos es de tipo habitacional, cuyo porcentaje, a partir de sus más de 14,000 hectáreas, es del 43.13 (PDM, 2016).

El uso de suelo del municipio es bastante heterogéneo, pues va desde el habitacional hasta el protegido, el industrial y el de conservación patrimonial. Esta complejidad en el uso del suelo deriva de los procesos a través de su historia. De acuerdo con algunos autores (Bassols, 1984, 1985; Bassols y Espinosa, 2011), los últimos 50 años de Ecatepec de Morelos han sido de cambios vertiginosos en términos espaciales, debido a su intensa relación con el anteriormente llamado Distrito Federal, ahora Ciudad de México, la cual derivó en un fuerte proceso de expansión urbana, la cual no fue simultánea con el abastecimiento de servicios básicos como agua y luz, o de infraestructura urbana.

Además de los servicios básicos, la presencia del transporte público va entre lo masivo y el de baja escala; sus precios van desde cinco pesos el masivo hasta los diez pesos cada viaje. Sin embargo, las personas que viven en Ecatepec de Morelos ocupan al menos dos transportes para llegar a su destino. En este sentido, se convierte en un gasto económico elevado para las familias donde más de dos integrantes deben salir de casa para trabajar o estudiar.

A este escenario habría que añadir la inseguridad cotidiana, derivada de diversas formas de violencia. De acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (2017), las distintas violencias aumentaron, y delitos cometidos con regularidad se articularon con delitos principalmente vinculados al narcotráfico. Por ejemplo, el año 2014 fue el de más enfrentamientos entre organizaciones criminales, que atrajeron los reflectores al municipio; en general, en el estado de México las luces se encendieron.

Asimismo, la violencia urbana se hizo notar, y el robo común adquirió un matiz particular, ya que de 1997 a 2016 mantuvo cifras elevadas; sin embargo, a partir de la clasificación del mencionado Secretariado, luego de esos años hubo una variación fundamental: los delitos se ejecutaban con mayor violencia. En los años recientes, la violencia no solo ocurría en espacios públicos, sino también, poco a poco, tomó protagonismo en el transporte público, principalmente en los de baja escala, como minibuses, microbuses, etcétera (Ortega Granados, 2019).

Con esta complejidad en el municipio, sus habitantes se mueven, sin importar los altos costos en el sistema de transporte, el poco alumbrado público en sus calles o la articulación de múltiples violencias; con estos elementos, más allá de vaciarse las calles, las personas continúan ocupando el espacio público: es necesario saber moverse en contextos de inseguridad.

Hacia una (des) articulación de saberes

Cuando inicié el trabajo de campo, algunos de mis recorridos los comencé desde muy temprano. Mientras el día aclaraba, la luz del sol sustituía la poca luminosidad del alumbrado público. Como sucede en gran parte del municipio de Ecatepec de Morelos, Sagitarios 1ª sección es una colonia cuyo alumbrado público es precario. En este transitar de luz, poco a poco aumenta el número de personas que sale de casa. Hombres y mujeres por igual circulando por las calles de la colonia. A la mayoría se los ve con el cabello humedecido y con ropa formal, aspecto y vestimenta que hace suponer que debían llegar bien acicalados a su destino. Los más jóvenes portan morrales o mochilas, presumiblemente para ir a la escuela. Más tarde, las mujeres acompañadas de niños uniformados se convertían en mayoría con uniformes escolares, ellas con la mochila al hombro evitaban a los infantes inclinar el cuerpo hacia delante por el peso de los cuadernos y libros escolares.

Con esta gama de personas como parte del paisaje, saltó a la vista una joven de aproximadamente 25 años detenida sobre la banqueta, que miraba su celular mientras esperaba el transporte que habría de llevarla a su destino. Vestía pantalón y saco tipo sastre; en el brazo derecho, a la altura del codo, sostenía una bolsa de mano, mientras su mano izquierda sostenía un celular de grandes proporciones y con una funda color azul. Su atención se dividía entre la espera de la combi y la información que tenía en su dispositivo móvil. Luego de volverse al lado izquierdo y no ver la combi circular en el horizonte, continuó esperando con la mirada fija en su teléfono.

Cercano a ella, un ciclista rodaba por la avenida por la que habría de llegar su transporte. Era un muchacho de veinte años aproximadamente. Vestía un pantalón de mezclilla negro ceñido al cuerpo, camiseta blanca y una gorra deslavada también negra. Dirigió y aceleró su pedaleo hacia la joven que esperaba. Sobre la marcha, con la mano izquierda sostuvo el manubrio de la bicicleta y con la derecha arrebató el celular a la muchacha. Sorprendida, ella dio un paso atrás y giró hacia la derecha como si solo le quedara resguardar su bolso. Intentó gritar, solo salió algo más parecido a un suspiro atrabancado, y con el bolso bien agarrado únicamente miró cómo aquel muchacho se perdía en el paisaje grisáceo llevándose su teléfono. Todo fue muy rápido. Intentó dar un segundo respiro cuando se percató de que el pesero se acercaba. Miró el reloj, soltó un nuevo suspiro, más profundo que el anterior. Hizo la parada al transporte. ¡Súbele, amiga, todavía hay lugares! Recién terminaba esta frase y sin más soltó la segunda, al mismo tiempo que se alejaba de la puerta para que ella entrará, ¡Qué bonita amiga, pero por qué tan enojada! Ella no dijo nada, solo arrugó el entrecejo, extendió el brazo para pagar al conductor y buscó el asiento más cercano.

Esta experiencia se la conté a la pareja que me hospedó mientras hice el trabajo de campo. De inmediato culparon a la muchacha por no estar atenta a lo que pasaba a su alrededor y por tener un celular que llamara la atención. ¿Qué debía hacer?, pregunté. Respondieron que debió esperar el transporte junto a otras personas que también estuvieran esperándolo; no mostrar sus pertenencias de alto valor económico; tener a la mano solo el dinero justo que va a utilizar durante el viaje, para no mostrar la cartera o el monedero, pues no se sabe quién estará junto a uno; en fin, tenía que estar alerta.

Con otras palabras: “ponerse chingón”, “andar trucha” o “echar ojo”. Distintos informantes apuntaron hacia lo mismo; es decir, saber moverse en contextos de inseguridad debía involucrar poseer información sobre lo que está pasando y lo que podría pasar, un saber que, nutrido de información a diferentes escalas, desde lo sabido por los medios de comunicación, en la colonia y en el hogar hasta por la experiencia propia, nos enseña a trazar rutas, a andar ciertos caminos y a esquivar a ciertas personas. En el siguiente apartado, comenzaré con la mirada más amplia para cerrar con la mirada experiencial de dos habitantes del sur de Ecatepec.

“Ya no veo noticias”

A finales de 2013, la inseguridad, derivada de la violencia tuvo un nuevo lugar de residencia mediática: Ecatepec de Morelos. En medios de comunicación, impresos y digitales, Ecatepec de Morelos tuvo presencia diaria con al menos un hecho violento perpetrado en sus límites geográficos. Poco a poco, esta presencia aumentó y en menos de un mes este municipio se convirtió en el más violento e inseguro del país, opacando a ciudades mexicanas del norte y centro-occidente. En cierta medida, cumplían su función con el manejo informativo de la violencia. Si, como mero ejercicio, ampliamos la mirada a escala sudamericana, nos daríamos cuenta de la responsabilidad de los medios de difusión, sobre todo de la forma como maneja la información relacionada con la violencia. Tomemos como ejemplo el caso de Argentina, país donde los medios marcan las agendas de seguridad de zonas específicas y, al hacerlo, contribuyen a la estigmatización negativa del lugar y de sus habitantes (Kessler, 2012).

Una mañana, gracias a la difusión informativa de la violencia, Ecatepec despertó siendo violento e inseguro. De tal manera, que aquellas noticias que informaban sobre otros lugares perdieron el sentido de lejanía en veinticuatro horas para situarse en el municipio. Para algunos esto pasó inadvertido, mientras que otros se sintieron confrontados; en cierta media, esa información se convirtió en una invitación a mirar a los otros, a los vecinos. La inseguridad ya no pareció lejana; al contrario, aunque invisible o amorfa, poco a poco cobraba forma frente a los propios ojos.

La violencia siempre ha estado en Ecatepec, pero los medios son lo que han hecho que el municipio sea inseguro. Ellos te lo hacen saber, te lo llevan hasta tu casa. Una nota mala la publican y sale en todos lados. Son los medios quienes dan publicidad a la violencia y hacen la inseguridad. Cuando estuvo muy fuerte en Michoacán, las noticias te decían todo, después fue Guerrero luego Tijuana y así se fueron por otros lados hasta llegar aquí. No es que Ecatepec se haya vuelto más o menos seguro de un día para otro, sino que los medios ahora te lo hacen saber (Javier,2 33 años, excomandante de policía municipal, bachillerato completo, casado).

La forma en que las noticias penetran en la cotidianidad de las personas, impactando en la construcción de su subjetividad, aumenta cuando distintos medios hacen presencia, a partir de televisión, de rotativos que se venden en las esquinas, y a través de teléfonos inteligentes. Frente a esta exposición constante a noticias sobre asaltos, secuestros, asesinatos, etc., algunos habitantes han optado por no darles demasiada importancia o por alejarse de este tipo de noticias.

Este es el caso de Julia, quien dejó de leer periódicos, evitó los noticieros de la televisión, e hizo lo propio con la radio. Sin embargo, en uno de nuestros recorridos hacia el mercado cruzamos con el puesto de periódicos. Nos acercamos a él; en primer plano, un periódico local atrajo la mirada de Julia: Express de Ecatepec. En la portada, la fotografía principal mostraba a un hombre semidesnudo acompañaba el siguiente titular: “En Ciudad Azteca, por resistirse a un asalto lo balearon”. En la esquina inferior izquierda de la misma portada, el cuerpo de una joven con el rostro amoratado, con el subtítulo: “No andaba muerta, andaba de parranda. Joven apareció luego de 5 días”. Estas portadas motivaron una expresión de malestar en el rostro de Julia, de 70 años, pero no dijo nada, solo se alejó con la calma que la caracterizaba. Más tarde comentamos este momento:

Por eso no veo noticias, porque uno queda con el susto. A mis hijas les digo que se cuiden porque se las llevan y hasta las dejan muertas. ¿Y qué necesidad hay de eso? Antes no pasaba que nos dijeran una vulgaridad, pero no se veía como ahora que uno ve el periódico como hace rato y sí está feo. ¿Cuántas personas están pasando por eso? Y se ve también en la televisión y en radio y antes no me daba miedo, pero ahora sí porque ya está pasando aquí en Ecatepec (Julia, 70 años, primaria completa, excosturera, viuda).

Conocer este tipo de noticias hace que Amalia sienta que la inseguridad está cerca, tan cerca que recae sobre cuerpos como los de sus hijas. De ahí su resistencia a conocer noticias. En este sentido, su principal temor radica en que sus hijas se conviertan en la siguiente noticia.

Más allá de los encuentros con las noticias que conforman la atmosfera de la inseguridad en Ecatepec de Morelos, también conviene destacar la distribución de la información en las portadas de los rotativos; regresando al ejemplo de Julia, la fotografía y el encabezado principal correspondían a un hombre asaltado, mientras que la mujer con evidentes marcas de golpes en el rostro ocupaba un espacio pequeño de la portada y añadía que estaba desaparecida porque estaba de fiesta. El hombre regresó del trabajo y fue asaltado, mientras la mujer regresó golpeada luego de cinco días por estar en una actividad de ocio.

Frente a esto, surgen varias preguntas sobre la importancia de los medios de difusión en la construcción de saberes vinculados a la movilidad en contextos de inseguridad y la forma de categorizar las noticias distinguiendo el acto delictivo importante versus el que no lo es. A pesar de que en el municipio en varias ocasiones se ha activado la Alerta de género, el papel protagónico lo ocupan los asaltos. En otras palabras, en las narrativas de violencia del municipio y varios lugares de México se valora cuál delito es el que merece el papel protagónico en los noticieros, lo cual impacta en los saberes transmitidos de una generación a otra.

En el caso de Javiera, la exposición a información vinculada a la violencia genera una tensión para sí misma y para la formación que le gustaría brindar a su hija. A Javiera siempre le ha gustado salir de casa, no necesariamente para realizar recorridos largos, pero, con la inseguridad de la colonia, ha valorado quedarse en casa. Esto viene acompañado de un segundo aspecto, cómo enseñar a su hija de nueve años a moverse por las calles del municipio y más allá de límites de Ecatepec donde la violencia hacia las mujeres se ha hecho más evidente.

Yo no creo que antes fuera diferente. Siempre ha habido robo de niños, de casas y han matado gente. Siempre ha pasado y se ha librado todos los días, en esta ciudad y acá en Ecatepec es algo que hacemos diario. Pero actualmente, después de que miro noticias me siento invadida de miedo. Miedo principalmente por mi hija, a veces no la dejo salir a jugar o a la tienda y cuando lo hago me pongo nerviosa. En ocasiones la dejo ir sola y luego sin que se dé cuenta yo voy atrás de ella. No sé si sea una madre paranoica o porque veo muchas noticias nacionales o las dos. (Javiera, 29 años, bachillerato completo, artesana, unión libre).

Para Javiera, alejarse de los medios es más difícil, pues no basta con apagarlos. A menudo, circulan automóviles con altavoces vendiendo panfletos que informan sobre lo que acontece en la colonia y en sus alrededores. Los conductores, evocando a los juglares, circulan parsimoniosos con las malas nuevas y esperan a que los vecinos se acerquen a comprar sus periódicos.

De una forma o de otra, los medios de divulgación, sean electrónicos o impresos, sean los neojuglares, forman parte de la construcción y difusión de lo que acontece en el municipio. En cada rincón de las calles de las colonias, las noticias se difunden y contribuyen a la construcción del contexto de inseguridad en el sur de Ecatepec, y se colocan como un elemento que contribuye a los saberes de la movilidad.

“Todos platicaban de asaltos”

Si bien la imagen construida desde los medios se convierte en una mirada homogénea y totalizadora y casi siempre estigmatizante, cuando se mira desde una escala; es decir, desde la colonia, la inseguridad abandona su imagen amorfa o fantasmal para materializarse en cuerpos y espacios. Si bien los señalamientos prejuiciosos continúan operando, también es cierto que el estigma se matiza principalmente por las situaciones específicas.

En este punto, es importante señalar que toda esta información no solo contribuye a la emergencia de un saber vinculado a la geografía del municipio o de la colonia, pues también favorece la conexión de vínculos entre los colonos. Siguiendo con Norbert Elias y John Scotson (2016), la conversación interna de la comunidad adquiere diferentes funciones sociales. Principalmente, el chisme, como lo nombran estos autores, informa a la comunidad sobre lo que acontece entre sus integrantes, describiendo acciones, nombres de personas, lugares y horarios que, en su conjunto, derivan en elogios o recriminaciones de algún integrante.

En las colonias donde realicé trabajo de campo -San Agustín 3ª sección y Sagitarios 1ª sección-, este tipo de información fue crucial para conocer la colonia y situarme en ella. Estos diálogos en su interior permiten identificar a los vecinos nuevos, sus horarios de salida o llegada a casa, si caminan o viajan en transporte, si son visitados, el aspecto de los visitantes, etc. En general, la información que circula entre los colonos les permite saber si alguno de los vecinos es de confianza o no; este fue el caso de Jimena.

Desde su llegada a San Agustín 3ª sección, en 1987, Jimena estuvo encargada del hogar y no pasó mucho tiempo para que ella y su familia construyeran lazos de amistad con los vecinos más cercanos. Con el paso del tiempo, algunos de ellos mudaron su domicilio y dieron paso a que nuevos vecinos llegaran. El desconocimiento entre viejos y nuevos colonos entreabrió una puerta hasta entonces poco conocida para ella: se encontraron con el extraño, que para ella y su familia representaba un riesgo.

Por todos lados platicaban de asaltos. Lo primero que supe fue que se habían metido a una casa y habían sacado una bicicleta y ahí todavía no sentía nada. Pero ya cuando me llegó el rumor de que mi vecino de acá junto era ratero fue cuando empezamos a cerrar las puertas con llave. Y más porque mi esposo y mis hijos trabajaban y me quedaba sola. Desde ahí empezamos cerrar (Jimena, 65 años, secundaria incompleta, hogar, casada).

Con el tiempo los rumores sobre sus vecinos aumentaron. En uno de nuestros recorridos, una mujer le preguntó: “¿Y cómo te va con tus vecinos, ya se calmaron?” Jimena negó de inmediato y añadió: “No, y ahora ya se traen una peste [olor a marihuana] que no veas”. Para ella, la inseguridad encarnada en el vecino no solo deriva de los rumores, sino también de su forma de relacionarse, particularmente a partir de los olores. En este caso, si bien es cierto que estos chismes y la relación con el consumo de cannabis reproduce estigmas, lo que interesa resaltar aquí es la forma cómo Jimena y sus vecinos han aprendido a leer los entornos. A partir de los olores filtrados por las ventanas de la casa, saben cuándo los vecinos están en casa y cuándo no. En otras palabras, a partir del olfato emerge la necesidad de estar alerta y el sentimiento de seguridad en casa.

Así, los chismes y los olores hicieron que Jimena y su familia levantaran la guardia contra sus nuevos vecinos de junto, pues la inseguridad no solo rondaba el municipio, sino también se sitúo en la casa contigua. Dicho de otra manera, este saber vinculado a chismes devela rostros y, al mismo tiempo, activa los sentidos de protección tanto dentro de casa como en el entorno. Entre los saberes de Jimena también se añade su lectura de los sonidos y silencios de los mismos vecinos; por ejemplo, si disminuyen los ruidos de motor y aumentan las voces infantiles Jimena sabe que los niños de la colonia entran o salen de la escuela, lo cual se traduce en una sensación de calma. Si, por otro lado, percibe el olor a marihuana, significa la presencia de sus vecinos, y con ello un sentimiento de inseguridad.

El olor a marihuana me dice que ya llegaron los malvivientes [sus vecinos] y me da miedo que se vayan a brincar y se metan al patio o por la azotea. Por eso en cuanto huelo, cierro con llave la puerta. Ya nomás ruego que se vayan para estar tranquilos. Ya mis vecinos han visto que cuando abren su puerta luego prende su cigarrito de mota y empiezan con las pestilencias y ya no le queda a uno más que aguantarse y decirles a nuestros hijos que tenga cuidado (Jimena, 65 años, secundaria incompleta, hogar, casada).

La información transmitida dentro del circuito de rumores en la colonia permite que sus habitantes construyan imágenes vinculadas a lo que significa la inseguridad y las formas en que se materializa. Es decir, tener un referente sobre las personas que representan inseguridad permite reforzar vínculos para protegerse unos a otros y al mismo tiempo identificar a las personas de las que hay que cuidarse.

En estos contextos de inseguridad, el sistema de rumores se convierte en una red por la que circulan los saberes vinculados a la práctica cotidiana, como el desplazamiento. De manera que la información que recorre entre los vecinos envuelve el desarrollo de las prácticas de movilidad y deriva en el reforzamiento de la confianza entre ellos, pero de manera selectiva y, por otro lado, señala o recrimina, en términos de Elias, aquellos elementos que contribuyen al contexto de inseguridad entre los vecinos.

“Trato de enseñarles a mis hijos”

Como hemos visto hasta este momento, los saberes no se limitan a conocer los aspectos más amplios sobre la inseguridad del municipio o de la colonia. Al tener comprensión sobre cómo es el contexto, es necesario mostrar otra línea de saberes que permite a las personas cuidarse en la colonia y durante el desplazamiento. En determinados momentos, otros saberes entran en juego para delinear las prácticas en momentos precisos. Aquí es necesario incluir el saber que emerge y se transmite desde dentro de la familia, el cual permite que los integrantes del hogar vinculen sus imágenes de inseguridad sobre aspectos más específicos.

Con el caso de Javiera se dejó entrever la preocupación sobre los saberes transmitidos a los más jóvenes, los cuales son mediados entre la imagen de los medios de difusión, el circuito de rumores y las experiencias de los integrantes del hogar, principalmente de los adultos, que enseñan a los de menor experiencia. Tal es el caso de Bruce, quien, a partir de su propia vivencia, enseña a su hija a diferenciar lo que simboliza la inseguridad.

En este mundo existe gente buena y gente mala y de esta última hay que protegerse. Debes estar atenta para saber si estas personas mienten o tienen malas intenciones. No es sencillo darse cuenta por eso hay que poner atención a detalles como: cómo te mira, cómo habla o cómo se viste. Tal vez no es sencillo para una niña, pero sí es importante decírselo desde ahora para que lo vaya entendiendo (Bruce, 37 años, licenciatura incompleta, cibercafé, casado).

Provenientes de Ciudad Nezahualcóyotl, municipio vecino de Ecatepec, Bruce y su familia llegaron a este último para alejarse de la violencia urbana que poco a poco impregnó Nezahualcóyotl. Sin embargo, ya en Ecatepec de Morelos dos eventos alertaron a la familia: el robo de su bicicleta y el acoso hacia su hija y esposa por parte de un drogadicto de la zona. A partir de estas experiencias, Bruce comenzó a instruir a su hija en los menesteres de la seguridad.

Empecé con las clases de karate, porque empecé a escuchar que había mucha violencia en la colonia, luego fue que nos robaron la bicicleta y a mi esposa y a mí nos asaltaron. Pero ya el colmo fue cuando el marihuano empezó a molestar a mi familia, hablé con mi esposa y ahí comencé con el entrenamiento de mi hija: inicié con el karate. No fue de manera paranoica, pero sí de manera clara, lo más cercano a lo real para que lo entienda una niña (Bruce, 37 años, licenciatura incompleta, cibercafé, casado).

Al mismo tiempo que se iniciaron las clases de karate cambiaron de colonia, dejaron su casa en Fuentes de Aragón para llegar a Rinconada de Aragón, una de las tantas calles de Ecatepec de Morelos que, con la instalación de rejas, eliminaron la circulación vial a personas y vehículos que no fueran habitantes de la calle. Ya con las calles cerradas, la ahora privada se convirtió en el escenario perfecto para que Bruce continuara con el entrenamiento de su hija. Sumado al cierre de calles y la enseñanza de karate, Bruce implementó un sistema de monitoreo para estar al pendiente de su hija.

Al principio la menor no seguía las indicaciones, pero con el paso del tiempo y ya entrada en los ocho años se acostumbró a reportarse con Bruce o su esposa, aun estando dentro de la cerrada. Además de aprender a defenderse, a su formación añadieron la memorización de direcciones de familiares y amigos para solicitar apoyo. En general le enseñaron a reaccionar frente a situaciones inseguras.

Un asalto puede pasarle a ella cuando crezca y por eso se lo decimos para que no le caiga de sorpresa y esté alerta. Hablamos con ella sobre las situaciones que pueden pasar aquí en la colonia como en otros lugares. Además, que no vamos a estar todo el tiempo con ella y por eso es importante prepararla para lo que pueda pasar (Bruce, 37 años, licenciatura incompleta, cibercafé, casado).

Al narrar situaciones extremas como parte del entrenamiento, Bruce implementa los saberes contextualizados y sus experiencias propias para que su hija construya su propio conocimiento sobre cómo desplazarse, reconocer el peligro y, principalmente, cómo reaccionar frente a situaciones inseguras.

Este entrenamiento evoca los planteamientos de Erving Goffman (1979), en razón de que las personas distinguen imágenes o apariencias normales que les facilitan seguir con sus actividades cotidianas, al mismo tiempo que las alejan de estar en alerta constante al entorno, las miradas rápidas para asegurar la tranquilidad y estabilidad de lo que acontece alrededor. Sin embargo, en contextos de inseguridad, como el que ocurre en las colonias sur de Ecatepec, hay que ir más allá de la mirada rápida, romper el equilibrio entre las situaciones normales y las alarmantes. En este caso, estar en estado de alerta permanente no solo se ha convertido en algo cotidiano, sino también se ha normalizado, se ha incorporado entre las personas, entre sus habitantes.

Aquí es necesario precisar que la enseñanza de estos saberes no sucede de la misma forma en todos los casos, ni siempre se actúa de igual forma: los saberes se diferencian entre hombres y mujeres, como lo deja entrever el caso de Janeth. Ella es madre de dos menores, uno de quince años y una de trece. Del mismo modo que Bruce, Janeth habla con sus hijos sobre lo que puede pasar al salir a la calle. El principal miedo de Janeth, y que extiende hacia sus hijos, es el rapto, pues cuando Janeth tenía ocho años un señor de 40 años intentó secuestrarla. En aquel entonces ella vivía en la calle de Nicaragua, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, y esta experiencia posicionó el tema de la inseguridad en un antes y un después en su vida.

Desde pequeños, los hijos de Janeth aprendieron a leer el entorno, las personas y, en general, las situaciones de inseguridad. Debido a sus obligaciones laborales, también las de su esposo, enseñó a sus hijos a valerse por sí mismos. La base de su enseñanza fue estar alerta al salir a la calle, al caminar, y poner atención a las personas que van junto a ellos.

Platico mucho con mis hijos para irlos preparando. Les digo en lo que se tienen que fijar. Por ejemplo: en cómo camina la persona, si los mira fijamente o cómo se visten, les digo esos detalles para prevenirlos porque es lo único que puedo hacer por ellos, no puedo estar con ellos todo el tiempo. A mí me hubiera gustado que mi madre y mi padre me hubieran hablado, así como yo le hago con ellos, pero no, yo tuve que aprender sola. Lo que sé lo aprendí en la calle. En el barrio aprendes a estar alerta (Janeth, 40 años, bachillerato completo, empleada, casada).

Con la distinción de saberes, Janeth le inculca a su hija prevenir el acoso sexual. Para el muchacho, es asunto de nunca mostrar miedo. En este sentido, es importante resaltar la relación que ella hace entre saberes diferenciados por género y los tipos de delito. Esta afirmación se articula con otros estudios latinoamericanos que apuntan hacia los mismos resultados (Kessler, 2012; Soto, 2013); es decir, sostienen la relación entre tipo de delito y sexo, asumiendo que el temor está vinculado a determinados actos. En este sentido, el que Janeth contribuya al saber de sus hijos (niño-niña) refuerza la distinción entre sus desplazamientos cotidianos. Pero esta diferenciación trasciende hacia las formas en que se circula el espacio público y, por ende, en la forma de habitarlo.

Así, como parte de la heterogeneidad con que se vive en estos contextos, los saberes no solo apuntan a cuidarse por todos los flancos, sino también a conocer el espacio. Salir a la calle implica saber cuándo caminar por la banqueta o debajo, dominar los tiempos del andar y articularlos a los múltiples ritmos de la ciudad. Los saberes transmitidos por la familia se confrontan con los construidos desde fuera; es decir, los emanados de los medios de difusión y de los rumores. Sin embargo, este enfrentamiento entre saberes no estaría completo sin el saber vinculado a la experiencia.

“Ahí lo aprendí porque antes no sabía”

Luego de este recorrido entre los saberes, que por la estructura argumentativa presenté desarticulados, en este apartado me propongo mostrar el encadenamiento de saberes a través de la experiencia de la persona; en este caso, será Julieta quien habrá de guiarnos por la travesía siempre abigarrada de la movilidad y la inseguridad.

Con Julieta realicé tres recorridos de su casa a la escuela en distintos horarios. Ella estudiaba en el Tecnológico de Ecatepec; es decir, a veinte minutos (en transporte público) de su casa. Durante los trayectos Julieta realizaba movimientos bastante rutinarios. Por ejemplo, al abrir la puerta de su casa primero asomaba la cabeza para verificar que no hubiera nadie o por lo menos nada que para ella pareciera sospechoso, y durante sus recorridos siempre trataba de mantener una distancia de dos metros con relación al resto de los peatones. Estas acciones, más relacionadas con anticiparse a cualquier peligro, se acompañaba de un caminar que le permitía jugar con las velocidades y con las distancias entre transeúntes o pasajeros. En el primer recorrido que realizamos llegamos al acuerdo de que yo estaría en la acera de junto sin intervenir en su trayecto.

En aquella ocasión iniciamos el trayecto al mismo tiempo, solo que cada uno en cada lado de la acera. Su andar se componía de pasos firmes pero cortos, caminaba muy cerca de la pared. Su mirada parecía tímida, pero pendiente de lo que sucedía a su alrededor. De sus hombros colgaba una mochila que caía por debajo de sus caderas, sus manos, inmóviles, sujetaban los tirantes frontales de la mochila, de esta manera se cubría el pecho.

Luego de llevar un paso constante, casi alcanzaba a un muchacho que caminaba delante de ella. El joven vestía un pantalón de mezclilla, tenis color blanco y camiseta gris de tirantes que dejaban a la vista un tatuaje de la Santa Muerte en su espalda. Mientras caminaba, aquel joven hablaba por teléfono; el volumen de su voz era muy alto, desde la acera donde yo transitaba parecía que iba gritando. Julieta, sin cambiar su postura corporal, solo disminuyó el paso. Si bien su andar no era rápido, con el tono de voz del muchacho lo convirtió en parsimonioso. El muchacho se detuvo y Julieta, a la distancia, hizo lo mismo. Yo, que mantuve el paso, quedé a una distancia media entre ambos (solo que en la banqueta contraria).

En un puesto ambulante, el muchacho extendió la mano para pagar, le dieron un cigarro que llevó a la boca para inmediatamente encenderlo, y sin más siguió su camino, hablando por teléfono. Denotaba enojo en sus palabras. Julieta mantuvo la misma distancia durante todo el camino hasta que el joven subió las escalaras del metro. Ella cruzó un puente y siguió caminando hasta el Tecnológico de Ecatepec.

En los siguientes recorridos realizó acciones similares: mirar el entorno, mantener distancias, detenerse o avanzar. En el segundo y tercer recorrido fueron unos muchachos en motoneta quienes alertaron sus trayectos. A pesar de andar sobre la banqueta y las motonetas en la calle, el ruido de sus motores bastaron para que Julieta cambiara la expresión facial. En ambas ocasiones los vehículos motorizados cruzaron camino con ella. La segunda vez solo avanzaron dándole un vistazo y sin decir palabra. La tercera ocasión fue distinta; quienes montaban el vehículo le dijeron “Qué bonita estás”. Ella, aparentando indiferencia, siguió su caminata hasta la avenida principal, y los jóvenes de la motoneta siguieron su camino.

Por lo regular tachamos a la gente por su estatus o por cómo se viste. Si no se baña lo ves y dices: este me va a hacer algo, pero a veces no hacen nada. No por tener tatuajes te roban. Uno como mujer se fija en su forma de caminar. Es como si de inmediato quisieran imponerse, es diferente cuando alguien camina con porte y elegancia. Hay otros que parece que bailan mientras caminan (…) En su forma de hablar también te das cuenta, incluso que vaya caminando en la calle platicando con otro o por teléfono [refiriéndose al joven del recorrido] y van platicando o gritando y mentando madres y escuchas su forma de hablar con puras groserías. Puede ser que no te robe, pero emana mucha violencia y eso a mí no me gusta. Eso es en lo que más me fijo (Julieta, 24 años, licenciatura completa, soltera, pasante bioquímico en alimentos).

Salir de los lugares de seguridad y mantenerse en estado de alerta implica que las personas dinamicen todos sus recursos y los pongan en juego. Implica tratar de anticiparse al peligro posible. Esto no significa que con dicha anticipación cualquier acto peligroso vinculado a la inseguridad no llegue a realizarse; sin embargo, sí permite a las personas sentirse seguras durante su desplazamiento cotidiano.

No todo es peligroso e inseguro, pero hay que estar alerta: una forma de desenlace

A lo largo del artículo he mostrado que moverse en contextos de inseguridad es resultado de un entramado de saberes, cuya relación no necesariamente es armónica, en ocasiones entran en tensión por las fuentes que intervienen en su formación -noticias, rumores, enseñanza familiar y experiencia propia.

Los medios de difusión, en cierta medida, han contribuido a la construcción negativa de los habitantes de Ecatepec, más allá de la especificidad de la colonia o del barrio: basta con vivir en el municipio para ser vinculado con la violencia y la inseguridad. A esto se suman los patrullajes, tanto de militares como de fuerzas policiacas, implementado por las autoridades del estado y del municipio, los cuales refuerzan narrativas mediáticas como: “En Ecatepec no se puede vivir”; sin embargo, la gente habita y se mueve en estas colonias.

En cierta medida, ese tipo de narrativas eclipsa la presencia de los habitantes que circulan todos los días por las calles del municipio; habitantes que desarrollan una vida cotidiana moviéndose en múltiples escalas y reforzando su carácter metropolitano. De manera que su dinamismo se convierte en una afrenta a lo expresado en los medios de comunicación y no corresponde a la cotidianidad de los colonos. Con esto no pretendo afirmar que la inseguridad, derivada de la violencia, no exista en las calles de Ecatepec; sin embargo, ambas adquieren matices distintos en el circular de las personas. De ahí la importancia de pensar el análisis del desplazamiento y la inseguridad en términos situacionales; esto permitiría distanciarnos, al menos un poco, de estigmatizaciones innecesarias.

Por su parte, con la circulación de rumores en las colonias sureñas de Ecatepec, esta práctica se convierte en una especie de resistencia del debilitamiento de los vínculos dentro de las colonias. Es decir, a pasar que el contexto de inseguridad ha debilitado el tejido social, algunos vecinos ven la importancia de estrechar vínculos con otros, realizan una selección en la que consideran el tiempo de vivir en la colonia, que muchas veces se vincula con los de mayor antigüedad, y la función dentro de la comunidad.

Por su parte, los saberes que emergen desde la familia se convierten en el elemento que media entre los saberes amplios de formas de concebir la inseguridad y las experiencias de violencia e inseguridad. Desde esta perspectiva, cerrar una calle, por ejemplo, se convierte en una materialización de estos saberes contextuales y de las experiencias, las cuales impactan en la formación de niñas, niños y adolescentes.

Asimismo, se construyen saberes diferenciados entre hombres y mujeres enfocados en delitos específicos; es decir, a los hombres se les enseña como principal saber no mostrar miedo frente a cualquier situación de peligro; por su parte, a las mujeres se les instruye para pasar inadvertidas frente a los demás. Esto devela las formas desiguales inherentes en el saber moverse por el espacio público.

Finalmente, el saber construido desde las experiencias implica la articulación y la puesta en marcha de los múltiples saberes; es decir, de experiencias encarnadas e inmersas en flujos situacionales, lo cual permite dinamizan el saber cuidarse durante el movimiento.

Con todo lo anterior traté de mostrar que la tensión entre saberes está mediada por el lugar desde el cual la persona visualiza -le enseñan a visualizar- la inseguridad y el desplazamiento. Es decir, cuando partimos desde lo cotidiano la inseguridad comienza a materializarse en lugares específicos y cuerpos en movimiento. De manera que las personas, al experimentar situaciones de inseguridad, modifican los saberes previamente aprehendidos, los hacen dinámicos y los particularizan según las situaciones.

En concreto, el saber desplazarse en estos contextos involucra, principalmente, identificar situaciones y traducir elementos que pudieran encarnar la inseguridad. Hacer de este saber algo cotidiano se adhiere a lo que otros autores han llamado habitus de la movilidad (Stock y Duhamel, 2005).

Así, regresando al ejemplo inicial, saber el significado de “A ver, mi gente, ya se la saben” implica conocer todo un conjunto de elementos inscritos en lenguajes urbanos de la inseguridad, lenguajes que de aprenderse rápida y adecuadamente permiten transitar lo más tranquilo posible.

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Entrevistas

28 

Bruce: 37 años, licenciatura trunca, cibercafé, casado. Viernes 6 de febrero de 2015.

29 

Janeth: 40 años, bachillerato, empleada, casada. Jueves 25 de junio de 2015.

30 

Javier: 33 años, Excomandante de policía municipal, bachillerato, casado. Martes 30 de junio de 2015.

31 

Javiera: 29 años, bachillerato, artesana, unión libre. Lunes 27 de julio de 2015.

32 

Jimena: 65 años, secundaria, hogar, casada. Viernes 27 de febrero de 2015.

33 

Julia: 70 años, primaria, excosturera, viuda. Jueves 19 de febrero de 2015.

34 

Julieta: 31 años, licenciatura Relaciones comerciales, soltera. Martes 13 de junio de 2015.

Fuentes de datos

35 

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39 

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Notes

[1] Ecatepec colinda con distintas localidades del estado de México y la Ciudad de México. Al norte limita con los municipios de Tultitlán, Jaltenco y Tecámac; al poniente con Coacalco y Tlalnepantla de Baz; al oriente con San Salvador Atenco, Texcoco y Acolman; finalmente, al sur limita con los municipios Nezahualcóyotl y Texcoco y con la delegación Gustavo A. Madero de la Ciudad de México (INEGI, 2020).

[2] El nombre de los entrevistados fue cambiado deliberadamente para proteger el anonimato.