Introducción
Ecología simbólica del espacio se podría nombrar a las investigaciones y reflexiones
que vengo desarrollando desde hace quince años, sobre el espacio humano y su interacción
con y entre los sujetos. En un inicio me enfoque en la distribución espacial de las
localidades marginadas y su relación con los factores ecológicos donde se ubicaban.
Posteriormente me centré en cómo se construye la representación de elementos simbólicos
urbanos en los espacios rurales, donde lo sociosimbólico me llevó al tema de lo imaginario,
en específico los imaginarios de la ciudad y el paisaje, analizados por medio de sus
correlatos de lo imaginario. Lo que recorre de forma latente a dichas investigaciones
es: el espacio, las formas de vida y sus símbolos. El tema central durante la última
década es la construcción de la realidad por medio del sentido dotado por la significación
simbólicamente generalizada, sea por medio de las palabras como representaciones lingüísticas,
o por medio de las imágenes mentales de los observadores y las narrativas del espacio.
El punto es que, fueran imágenes, palabras o textos, lo central es la forma en que
se dota de sentido al espacio por medio de los símbolos y sus significaciones con
las que se va construyendo socio-simbólicamente la realidad. Espacio y realidad son
aglutinados por medio de lo simbólico y lo imaginario, y estudiados desde lo que se
puede nombrar como ecología simbólica del espacio.
Uno de los campos de investigación donde se aborda la ecología simbólica es la lingüística,
en particular la línea de la ecolingüística. Como señalan Steffensen y Fill (2014), la ecolingüística, desde los años setenta, se ha conceptualizado desde cuatro formas
particulares; a saber: como una ecología simbólica, como una ecología natural, como
una ecología sociocultural y como una ecología cognitiva. En estas ecologías, lo que
se busca es comprender el fenómeno lingüístico como una ciencia naturalizada del lenguaje.
La que nos interesa presentar aquí es la ecología simbólica, la cual, en su origen,
trataba de entender el entorno de un idioma constituido por otros idiomas, donde:
“uno identifica como ecología simbólica, a la dimensión de interacciones ecosistémicas
entre entidades simbólicas” (Steffensen y Fill, 2014, p. 8). Se puede observar que, bajo está línea de investigación de la ecolingüística, lo
importante son las interrelaciones ecosistémicas en las cuales el espacio y los sujetos
interactúan en un intercambio de símbolos cuyas significaciones son compartidas entre
ellos y otros sistemas lingüísticos, donde “los idiomas que coexisten e interactúan
en una ecología interlingüística de un área geográfica determinada, conllevan a la
visión de que el lenguaje tiene una ecología simbólica” (Steffensen y Fill, 2014, p. 8). Entonces, desde la ecolingüística, se concibe el espacio desde lo geográfico, en
el cual emerge un territorio lingüístico que permite delimitar un macroespacio donde
convergen los territorios y las identidades lingüísticas.
En lo que respecta al espacio urbano, uno de los trabajos pioneros en esta línea de
investigación es el de Albert Hunter (1987) sobre la ecología simbólica de los suburbios. En dicho texto, Hunter aborda las dinámicas
espaciales de los suburbios de los Estados Unidos de América desde la identidad de
los grupos que los habitan y los límites geográficos que establecen, pues los suburbios
generan nuevas formas de dinámicas socioterritoriales entre la vida metropolitana
y la de las pequeñas comunidades rurales. Al ser enclaves fuera de la mancha urbana
que presentan transformaciones espaciales, como los centros comerciales que sustituyeron
a la calle principal, o las escuelas regionales a las escuelas locales, o las viviendas
de dos plantas a las casas de granja. Para analizar esos límites territoriales empleó
un enfoque que nombra ecología simbólica, la cual combina cuatro dimensiones: la física,
la social, la colectiva y la individual. Utiliza dos áreas temáticas: la primera desde
la ecología humana clásica centrada en el orden físico y espacial, y la segunda desde
un enfoque evolutivo de la ecología social. Con ello buscaba observar la estratificación
social presente en los sujetos y las instituciones de los suburbios; retoma parte
de su trabajo previo sobre comunidades simbólicas, pero en este caso lo lleva a una
identidad espacial. La propuesta de Hunter se enmarca dentro de las investigaciones
de la sociología del espacio, pero desde un enfoque de la ecología simbólica.
Ahora bien, en lo que aquí respecta, ¿a qué nos referimos con ecología simbólica del
espacio? ¿A las interacciones de los sujetos en un territorio lingüístico como en
la ecolingüística, o a las transformaciones espaciales en comunidades simbólicas?
En la forma en que se conceptualiza y aplica la ecología simbólica del espacio en
el presente texto se toman conceptos de ambas disciplinas como modos de acercarse
al objeto de estudio, aunque también se puede decir lo mismo de la geografía, la filosofía,
la semiótica, la psicología y la hermenéutica, no solo de la lingüística y la sociología.
Pero la disciplina científica que la cimienta es la ecología; basta recordar que Eugene Odum (1972, p. 1), en su ya clásica definición de ecología, nos recuerda que esta: “deriva del vocablo
griego oikos, que significa “casa” o “lugar donde se vive”. En sentido literal, la
ecología es la ciencia o el estudio de los organismos “en casa”; por lo tanto, en
su medio donde habitan y florecen.
Entonces, si la ecología estudia las relaciones recíprocas de los organismo con su
medio, entendiendo el medio como el espacio donde se desenvuelven y desarrollan, la
ecología simbólica del espacio estudia las relaciones sociosimbólicas de los sujetos
con sus espacios de vida, sea como construcción de la realidad, sea como construcción
imaginaria del espacio circundante, elementos simbólicos con los cuales se significa
el hábitat humano como oikos. Esto abarca desde el microespacio de lo íntimo, simbolizado
por el hogar, hasta el macroespacio de lo público, simbolizado por la ciudad, como
lugares donde se representan las formas de vida del espacio humano. Entonces, la ecología
simbólica aquí planteada centra su fenómeno de estudio y delimita el espacio. Por
lo tanto, su objetivo es estudiar el espacio y los símbolos que lo construyen por
medio de los procesos de significación de los sujetos. De ahí la necesidad de definir
lo que se entiende por espacio.
En su sentido etimológico, la palabra espacio proviene del vocablo en latín spatium,
que hace referencia a lo intermedio entre dos puntos que pueden ser geográficos o
temporales; de ahí que el espacio adquiera un primer sentido por medio de sus límites,
que no necesariamente son físicos, pues son principalmente simbólicos e imaginarios
envueltos por la temporalidad. No importa si es un lapso o un trayecto, lo que simboliza
el espacio que se encuentra entre los límites del origen y el fin es la forma en que
se relaciona con los sujetos o, como diría Harmurt Rosa (2019), en la experiencia de la resonancia en la forma de relacionarse con el mundo por
parte de los sujetos. Es esa experiencia espacial la que construye los hechos espaciales,
ya que de ella dependen directamente su sentido y su simbolización.
A lo anterior cabe agregar el señalamiento que hace Ramón Margalef, para construir
una definición operacional del espacio desde la ecología, pues, para él:
En toda descripción ecológica y en el análisis de las interacciones, debería hacerse
referencia continua al espacio; pero la teoría ecológica se ha olvidado frecuentemente
de invocar al espacio real como contenedor de los fenómenos. En cambio ha hecho uso
repetido de espacios imaginarios, sobre los que proyectar cifras, ideas y modelos
(Margalef, 2002, p. 216).
En efecto, el espacio raras veces se toma en cuenta como un factor importante en la
construcción de la realidad. De hecho, lo señalado sobre la ecología se aplica por
igual a distintas áreas de las ciencias sociales y humanidades. Solo aquellas en las
cuales el espacio es el tema de estudio vinculado a las relaciones entre los sujetos,
como en la geografía humana, se le da la preponderancia analítica que presenta, pues
también nos permite definir la escala y sus alcances.
En lo propuesto por Margalef encontramos algo importante que permite ubicar esa escala
y sus alcances: el espacio real como contenedor de los fenómenos, lo cual es clave
al permitir abarcar la microescala y la macroescala, así como espacios múltiples que,
en el caso de la construcción de la realidad, se presentan en el orden de lo real,
lo simbólico y lo imaginario contenidos en ese espacio real. Esa concepción del espacio
como contenedor se relaciona con la idea del espacio en la física, pues en esta:
el espacio y el tiempo (posteriormente espacio-tiempo) constituyen el escenario en
que se desarrolla la historia del universo físico (…) Pero el espacio y el tiempo
por sí mismos no se muestran a nuestros sentidos: carecen de color o de sabor o de
sonido o de aroma o de sustancia tangible. Lo que sí parecen tener el espacio y el
tiempo es una estructura geométrica (Maudlin, 2014, p. 17).
De ahí que ese espacio de la física clásica se presenta como una disposición tridimensional
que se estructura por la interrelación de sus elementos fijos y móviles, que ocupan
sus múltiples límites y escalas en un tiempo determinado, que contiene en su interior
el espacio social, definido por Ludger Pries (2017, p. 90) como: “un conjunto relacional ordenado de artefactos, prácticas sociales y sistemas
simbólicos, el cual se refleja y reproduce de manera que estructura la acción, tanto
en la conciencia de los hombres como en los objetos producidos por ellos”.
Dado que el objetivo de la ecología simbólica del espacio es conocer los modos en
que se construye la realidad por medio de la interacción entre sujetos-símbolos-espacio,
se emplea como marco analítico la teoría de sistemas de segunda generación principalmente
los desarrollos teóricos de Niklas Luhmann, Humberto Maturana y Francisco Varela.
Por ello es importante señalar que se conceptualizarán los sujetos bajo la forma del
observador; sabemos que eso puede limitar, en cierta medida, el concepto de sujeto,
pero, a su vez, nos permite diferenciar cuándo operan como observadores que construyen
su realidad por medio del acoplamiento de los símbolos que son socialmente generalizados.
La forma de explicar esos acoplamientos será a través de la relación palabra que se
presenta cuando por medio del habla el sujeto se dirige a otro sujeto, construyendo
un comunicar que lleva a un comprender. Se entra así en la esfera del lenguaje, que
pertenece “a las cosas dichas, que, por un efecto de sedimentación se han visto asimiladas
al código mismo de la lengua, y han sido incorporadas al pacto de la palabra hasta
el punto de llegar a ser parte integrante de lo que llamamos ‘lenguaje’” (Ricoeur, 2009 pp. 96-97). A partir de las palabras se ubican los significantes de su mundo de la vida, con
los cuales se estructuran los juegos del lenguaje de los sujetos-observadores y emerge
la realidad construida por lo simbólico y lo imaginario. Estos significantes, por
medio de su diferenciación y acoplamiento, permiten interpretar el sentido de lo simbólico
que los dota de significado.
En la teoría de sistemas de segunda generación, la cohesión social en los humanos
se determina por el acoplamiento recursivo del lenguaje, definido como trofalaxis
lingüística, que es “un mecanismo que permite la coordinación conductual ontogénica,
como un fenómeno que admite un carácter cultural, al permitir que cada individuo ‘lleve’
al grupo consigo sin necesidad de interacciones físicas continuas con él” (Maturana y Varela, 2003, p. 143), como producto de la deriva cultural que ha sido acoplada por los distintos grupos
humanos a través de la evolución biocultural, donde el elemento central, que posiblemente
permitió está evolución, fue el lenguaje como materialización de la imagen sonora
que se transmite de forma coontogénica.
Lo dicho por Maturana y Varela nos permite construir una hipótesis que consiste en
identificar la trofalaxis lingüística de los habitantes urbanos por medio de las palabras
que estos dan cuando se les pide que definan la ciudad como forma de representación
semántica del espacio urbano desde la ecología simbólica, porque las palabras obtenidas
son la base de la representación de los marcadores semánticos con los cuales los habitantes
urbanos van construyendo lingüísticamente su hábitat y, en consecuencia, el discurso
que estructura su forma de relacionarse con el mundo, que se manifiesta por medio
del discurso del habitante de la ciudad, donde a través de los juegos de lenguaje,
los habitantes urbanos se reconocen por medio del entendimiento de sus códigos que
les han sido transmitidos de manera coontogénica, por medio de la familia, la escuela
y la sociedad. El nivel más básico de la trofalaxis se encuentra en las palabras que
pueden ser ubicadas por medio de marcadores semánticos en los habitantes urbanos.
Para poder explicar lo anterior se aplicó el instrumento de las redes semánticas a
niños y jóvenes de escuelas públicas del municipio de Guadalupe, el cual forma parte
del Área Metropolitana de Monterrey, del estado Nuevo León, al norte de México. El
criterio para seleccionar los grados de escolaridad se sustentó en los postulados
de la teoría psicogenética de Piaget (1997), que plantea la existencia de seis estadios del desarrollo mental del niño. El primer
grupo corresponde al período de preparación y organización de las operaciones concretas
de clases, relaciones y números, específicamente, el subperíodo de las operaciones
concretas que se presenta de los siete u ocho años hasta los once o doce años. En
este período se va equilibrando un conjunto de estructuras en forma de agrupaciones
(estructuras que todavía no son grupos), que pueden ser clasificaciones, seriaciones,
correspondencias término a término, correspondencias simples o seriales, entre otras.
El otro grupo de estudio corresponde al período de las operaciones formales, que abarca
de los once o doce años a los trece o catorce años, en el cual en medio de operaciones
combinatorias aparecen las proporciones y la capacidad de razonar sobre enunciados
e hipótesis. En estos períodos se estructuran los conceptos que configuran la trofalaxis
lingüística de la ciudad desde la interrelación entre lenguaje, objetos y experiencia
de los niños y jóvenes, pues “a cada experiencia le corresponde un sujeto que la realice
y un objeto con el que esta experiencia será realizada” (Uexküll, 2014, p. 40).
Sistemas comunicativos, lenguaje y redes semánticas
Para Saussure (2005), el lenguaje presenta una forma individual-social que corresponde a la diferenciación
entre habla y lengua y que no se pueden separar, ni considerar como elementos aislados
por su codependencia funcional. La lengua se presenta como un sistema que
no es más que una determinada parte del lenguaje, aunque esencial. Es a la vez producto
social de la facultad del lenguaje y un conjunto de convenciones necesarias adoptadas
por el cuerpo social para permitir el ejercicio de esa facultad en los individuos.
Tomado en su conjunto, el lenguaje es multiforme y heteróclito (Saussure, 2005, p. 57).
De ahí que sea un sistema cerrado determinado por el grupo lingüístico, pero la función
principal de la organización de la lengua, como sistema, es “la facultad de asociación
y de coordinación, que se manifiesta en todos los casos en que no se trate nuevamente
de signos aislados” (Saussure, 2005, p. 62), porque la lengua es una institución social por su carácter arbitrario, y un sistema
de signos que expresa ideas, las cuales son aceptadas por los miembros de la comunidad
lingüística, que construye la base de la estructura de la comunicación del sistema
social que la reproduce.
Esas características de la unidad dual que presenta el lenguaje en su diferenciación
entre lengua y habla, si las interpretamos desde la teoría luhmanniana de los sistemas
funcionalmente diferenciados, lleva a desconocer el lenguaje como un sistema, porque:
el lenguaje no posee ningún modo propio de operar, y no debe ser manejado como el
acto mismo de pensar o como el de participar en la comunicación. Consecuentemente,
el lenguaje no constituye un sistema propio. Es y seguirá siendo dependiente del hecho
de que los sistemas de conciencia, por una parte, y el sistema de comunicación, por
otra, prosigan la propia autopoiesis mediante operaciones propias completamente clausuradas.
Si esto no sucediera, cesaría inmediatamente todo lenguaje, y luego toda posibilidad
de pensar lingüísticamente (Luhmann, 2002 p. 291).
El lenguaje, al carecer de un instrumento de observación que permita designar una
realidad independiente -lo que Luhmann (1996) llama operación-, hace que no se constituya como un sistema. Para que se genere como
un sistema necesita la unión selectiva de operaciones recursivas que permiten la autopoiesis
por medio de la clausura de operaciones, pero como no presenta un operar autónomo,
el lenguaje se parte de una heterorreferencia determinada por el grupo lingüístico
al cual pertenece; por lo tanto, es alopoiético.
De lo contrario, si no operara de esta forma, se complicaría la comunicación en el
sistema social, pues el lenguaje construiría sus propias reglas para mantener su sentido,
y se presentaría una constante transformación de los signos lingüísticos; por ende,
de los códigos comunicativos, que dificultaría el acoplamiento y su simbolización
socialmente generalizada. Así que el lenguaje es simbólicamente generalizado por medio
los acoplamientos comunicativos que llevan a cabo los sistemas psíquicos en su comunicar,
los cuales determinan la generación del lenguaje por medio de la autorreferencia y
la heterorreferencia en la distinción con el sistema social. De forma que “el lenguaje
no es ningún sistema, porque no posee una forma específica de operación. La operación
del lenguaje le adviene por la comunicación o por una realización de conciencia que
introduce en el lenguaje las formas de sentido” (Luhmann, 2002, p. 294). Entonces, el lenguaje se presenta como un elemento fundamental en la estructuración
de la información que compone el sistema comunicativo, que a su vez interpenetra en
distintos sistemas por medio de signos autorreferidos a las comunicaciones de cada
sistema, acoplados recursivamente.
El lenguaje, al estar constituido por signos autorreferenciados en su operación comunicativa,
es la base de la diferenciación y la distinción llevadas a cabo por el sistema comunicativo
en su acoplamiento estructural. La realidad, como resultado de la construcción de
estas operaciones de observaciones articuladas y determinadas estructuralmente, que
son simbólicamente generalizadas por los sistemas de conciencia. De ahí que el carácter
social del lenguaje dependa de la forma en que es acoplado en el proceso de diferenciación
entre designado/no designado, lo que genera una paradoja que constituye la realidad
como una unidad de la diferencia operacional de la observación, con lo que se generan
autodescriptores que asignan un nombre a lo diferenciado, y, en el interior de su
operar, el sistema emplea conceptos que se han designado y determinado por medio de
un relativismo histórico que, con el tiempo, se afianzan o desechan con la finalidad
de autodefinirse por medio del uso de contrastes. En su mayoría son dicotómicos y
se refieren a la alteridad, y son usados, para realizar la distinción entre los elementos
del entorno por medio de autodescriptores, que son textos con los que el sistema se
autodesigna (Luhmann, 2007).
De ahí que los autodescriptores son los componentes autorreferenciales del sintagma
utilizados por el sistema en la diferenciación, donde se designa una autoindicación
y una identidad basada en las diferencias/oposiciones, y no en las similitudes otorgadas
por sus propios elementos, los cuales refuerzan la diferenciación por medio del uso
de signos significados por las convenciones sociales, que no son otra cosa más que
los códigos con que opera su acoplamiento el sistema comunicativo. Además, los autodescriptores
permiten que se gatille en el operar del comunicar y conocer, por medio de lo que
Maturana (2000) llama: “la red de coordinación recursiva entrecruzada de coordinaciones consensuales
de acciones”, generada cuando dos o más personas interactúan de forma recurrente.
Esa red corresponde al lenguaje como fenómeno biológico, porque
en su origen filogenético y en su constitución ontogénica una operación en un ámbito
de coordinaciones consensuales de coordinaciones consensuales de acciones que surgen
como un resultado de la coexistencia íntima en las coordinaciones de acciones en la
línea de los primates bípedos a la que pertenecemos, y que debe ser establecido de
nuevo en cada niño durante su coontogenia con los adultos con lo que crece (Maturana, 2000, p. 163).
Por medio del operar en dicha red los sistemas de conciencia existen y se construyen
por medio del lenguaje. De ahí que, para Maturana, el lenguaje no es un sistema de
funcionamiento con símbolos abstractos de comunicación que surgen después del lenguaje,
y tampoco previamente, porque no se produce en el cuerpo de quienes son partícipes
de la comunicación, a pesar de ser producido a través de las modificaciones e interacciones
del cuerpo, pues lo que “un observador ve como los contenidos de un proceso de lenguaje
es una distinción en el lenguaje que un observador hace de las relaciones de un proceso
de lenguaje en una red de lenguaje” (Maturana, 2000, p. 163). Esa distinción en el lenguaje se da por medio de la capacidad de autodescribirse
y autoabstraerse por medio de este, la cual es la principal característica del lenguaje
humano, que lo hace diferente de otros lenguajes de animales sociales que le permite
diferenciarse respecto al entorno por medio de la autorreferencia comunicativa, y
lo dota de sentido de identidad respecto de la diferencia, creando la unidad diferenciada
yo/otro, lo cual permite que el humano distinga, por medio del uso del lenguaje, su
mundo, simbolizado conforme es recorrido y construido de forma abstracta, donde lo
central no es poder significar el mundo, sino hacerlo a partir de lo que ha sido previamente
simbólicamente generalizado. Ello permite que se opere dentro del sistema comunicativo.
De forma que lo humano solo se puede construir desde un lenguaje fónico, semántico
o visual, que permita hacer la referencia del sujeto respecto del mundo de lo simbólico.
En lo que respecta a la capacidad de materializar la imagen sonora del lenguaje, esta
va más allá del significado dado y la autorreflexión, pues es lo que marca la diferencia
entre el lenguaje de los humanos y el resto de los animales, por más elaborado que
se presente este último. La materialización del lenguaje se manifiesta por la palabra
como significante, cuya principal cualidad es existir de forma física, lo que permite
que pueda representarse por distintos medios y formas, y la semantización es lo que
genera la diferencia del resto de los primates y animales sociales, ya que por ella
se pueden estructurar diversos mensajes, sentidos y discursos, respecto de situaciones
espacio/temporales, emociones y algo que posiblemente sea lo más determinante: los
imaginarios y las fantasías. De ahí que se presenta la palabra como la base de la
realidad vivencial al momento de materializar las imágenes, que permite la construcción
del nicho y el hábitat de los humanos, tanto físicamente como simbólicamente, desde
una ecología simbólica del espacio urbano cuya representación podemos identificar
por medio de las redes semánticas.
Las redes semánticas son el recorrido y la activación de los conceptos que configuran
la red de conceptos que permiten obtener el significado de algo -en este caso la representación
de la ciudad-, por medio de la formación de esquemas de conocimiento, usados “con
frecuencia para representar estructuras de datos con grupos de conceptos que constituyen
el conocimiento genérico acerca de eventos, escenarios y acciones que se han adquirido
en experiencias pasadas” (López, 2002, p. 18). De ahí que permiten ubicar los elementos con los cuales se va estructurando el
discurso de la ciudad, porque la red semántica es:
aquel conjunto de conceptos elegidos por la memoria a través de un proceso reconstructivo.
No está dicha red dada únicamente por vínculos asociativos. La red semántica de un
concepto está dada por la naturaleza de los procesos de memoria que eligen los elementos
que la integran. Dicha selección no se hace en base a la fuerza de la asociación,
sino a la clase de propiedades de los elementos que integran la red [donde] el conocimiento
adquirido se integra a la estructura presente enriqueciéndola, y es la memoria como
proceso activo de reconstrucción la que extrae la información necesaria para formar
la red semántica. Este proceso (…) es el responsable de la compleja interrelación
de los eventos que confieren al lenguaje uno de sus principales aspectos: el significado
(Figueroa, González y Solís, 1981, p. 449).
Esa interrelación de los eventos que le confieren al lenguaje su significado, es la
misma por medio de la cual se construye la relación con el mundo, porque cada conjunto
de conceptos que conforman la red es lo que sustenta la trofalaxis lingüística que
es acoplada por la red de otro observador que permite que se construya el lenguaje,
y la forma de acceder a esa red es por medio de la técnica de las redes semánticas.
La técnica de las redes semánticas naturales y la representación semántica de la ciudad
La técnica propuesta por Valdez-Medina (1998) consiste en pedir a la población cuya red queremos conocer, en este caso niños y
jóvenes, que definan de forma clara y precisa la palabra estímulo, que para los intereses
de este texto fue ciudad. Esta información se obtiene mediante el uso mínimo de cinco
términos sueltos que la población estudiada considere que se relacionan con la palabra
estímulo, los cuales pueden ser verbos, adverbios, sustantivos o adjetivos. Lo que
no se puede utilizar son artículos ni preposiciones. Después se les solicita que jerarquicen
todas y cada una de las palabras que dieron como definidoras, en función de la relación,
importancia o cercanía que consideren que tienen con la palabra estímulo (Hernández y Valdez-Medina, 2002). Con los datos que surgen de este procedimiento se obtienen cuatro valores, los
cuales, son:
-
Valor J: el total de palabras definidoras para cada palabra estímulo. Indica la riqueza
semántica de la red.
-
Valor M: indicador del peso semántico para cada una de las palabras definidoras. Se
obtiene multiplicando la frecuencia con la cual apareció la palabra por la jerarquía
dada.
-
Valor SAM: el grupo de las diez palabras definidoras que obtuvieron los valores más
altos del valor M.
-
Valor FMG: el porcentaje que presentan las palabras definidoras.
-
Valor G: la diferencia entre el valor M menor y el valor M mayor del conjunto SAM
entre 10.
Para el caso estudiado se aplicó el instrumento a niños y jóvenes que estudiaban en
los grados de segundo de primaria hasta tercero de secundaria en escuelas públicas
de ciudad Guadalupe, Nuevo León. Se solicitó que definieran el concepto de ciudad,
a ocho grupos (cuatro de hombres y cuatro de mujeres ) de 50 sujetos cada uno. Ellos
son: grupo 1, estudiantes de segundo y tercero de primaria; grupo 2, cuarto y quinto
de primaria; grupo 3, sexto de primaria y primero de secundaria; grupo 4, segundo
y tercero de secundaria. Con los conceptos que constituyen el conjunto SAM general
podemos observar la base de la trofalaxis urbana desde la representación semántica
de la ciudad, para ir construyendo un método de análisis desde la ecología simbólica
del espacio.
No podemos generalizar las palabras con las cuales se construye la representación
semántica de la ciudad en niños y jóvenes que cursan educación básica en una escuela
pública del área metropolitana de Monterrey, pues variaría según fueran su cultura,
identidad y símbolos con los cuales operan las formas básicas de diferenciación. Pero
de la red obtenida podemos ubicar elementos lingüísticos básicos, como una especie
de cuanto de la forma de vida urbana que va dando pistas para interpreta r su forma
de relacionarse con el mundo, porque se derivan las diversas formas, en el sentido
de forma de vida en que se manifiesta. En la red se presenta una idea general de los
elementos simbólicos presentes en las ciudades que se transmite por medio de escuela,
familia, medios masivos de comunicación, libros y demás elementos, con los cuales
el niño va construyendo su red semántica y, de manera concomitante, su trofalaxia,
que está subsumida a los marcadores semánticos básicos.
En las Tablas 1 y 2 podemos observar, en el caso de los hombres, que las palabras que se presentaron
con mayor frecuencia en los tres primeros lugares fueron auto, casa y edificio. En
el caso de las mujeres, las palabras fueron auto, casa, árbol, personas y edificios.
Tabla 1
Conjunto SAM de los hombres
|
Grupo
1H |
|
Grupo
2H |
|
SAM |
M |
FMG |
G |
SAM |
M |
FMG |
G |
auto
|
248
|
100
|
0
|
autos
|
152
|
100
|
0
|
edificio
|
189
|
76.2
|
5.9
|
casas
|
149
|
98.0
|
0.3
|
casa
|
183
|
73.8
|
0.6
|
edificios
|
135
|
88.8
|
1.4
|
árbol
|
153
|
61.7
|
3
|
escuelas
|
106
|
69.7
|
2.9
|
escuela
|
133
|
53.6
|
2
|
personas
|
96
|
63.2
|
1
|
tienda
|
106
|
42.7
|
2.7
|
tiendas
|
91
|
59.9
|
0.5
|
calle
|
105
|
42.3
|
0.1
|
árboles
|
83
|
54.6
|
0.8
|
parque
|
78
|
31.5
|
2.7
|
calles
|
75
|
49.3
|
0.8
|
persona
|
67
|
27.0
|
1.1
|
bonita
|
56
|
36.8
|
1.9
|
restaurantes
|
50
|
20.2
|
1.7
|
semáforos
|
53
|
34.9
|
0.3
|
|
Grupo 3H |
|
Grupos 4H |
|
SAM |
M |
FMG |
G |
SAM |
M |
FMG |
G |
edificio
|
305
|
100
|
0
|
autos
|
230
|
100
|
0
|
auto
|
241
|
79.0
|
6.4
|
edificios
|
223
|
97.0
|
0.7
|
casa
|
215
|
70.5
|
2.6
|
personas
|
201
|
87.4
|
2.2
|
calle
|
196
|
64.3
|
1.9
|
casas
|
169
|
73.5
|
3.2
|
persona
|
11
|
39.7
|
7.5
|
calles
|
105
|
45.7
|
6.4
|
escuela
|
120
|
39.3
|
0.1
|
escuelas
|
87
|
37.8
|
1.8
|
árbol
|
111
|
36.4
|
0.9
|
tiendas
|
65
|
28.3
|
2.2
|
parque
|
101
|
33.1
|
1
|
árboles
|
62
|
27.0
|
0.3
|
avenida
|
58
|
19.0
|
4.3
|
animales
|
59
|
25.7
|
0.3
|
grande
|
58
|
19.0
|
0
|
parques
|
55
|
23.9
|
0.4
|
Tabla 2
Conjunto SAM de las mujeres
|
Grupo
1M |
|
Grupo
2M |
|
SAM |
M |
FMG |
G |
SAM |
M |
FMG |
G |
auto
|
309
|
100
|
0
|
auto
|
254
|
100
|
0
|
casa
|
207
|
67.0
|
10.2
|
casa
|
253
|
99.6
|
0.1
|
árbol
|
162
|
52.4
|
4.5
|
edificio
|
162
|
63.8
|
9.1
|
calle
|
146
|
47.2
|
1.6
|
árbol
|
143
|
56.3
|
1.9
|
edificio
|
140
|
45.3
|
0.6
|
escuela
|
143
|
56.3
|
0
|
escuela
|
132
|
42.7
|
0.8
|
tienda
|
108
|
42.5
|
3.5
|
tienda
|
100
|
32.4
|
3.2
|
parque
|
96
|
37.8
|
1.2
|
bonita
|
62
|
20.1
|
3.8
|
calle
|
96
|
37.8
|
0
|
personas
|
62
|
20.1
|
0
|
personas
|
83
|
32.7
|
1.3
|
grande
|
51
|
16.5
|
1.1
|
hospital
|
72
|
28.3
|
1.1
|
|
Grupo 3M |
|
Grupo 4M |
|
SAM |
M |
FMG |
G |
SAM |
M |
FMG |
G |
auto
|
214
|
100
|
0
|
casas
|
220
|
100
|
0
|
casa
|
211
|
98.6
|
0.3
|
carros
|
188
|
85.5
|
3.2
|
persona
|
208
|
97.2
|
0.3
|
edificios
|
167
|
75.9
|
2.1
|
edificio
|
198
|
92.5
|
1
|
personas
|
146
|
66.4
|
2.1
|
escuela
|
127
|
59.3
|
7.1
|
escuelas
|
98
|
44.5
|
4.8
|
calle
|
97
|
45.3
|
3
|
calles
|
85
|
38.6
|
1.3
|
tienda
|
89
|
41.6
|
0.8
|
parques
|
60
|
27.3
|
2.5
|
árbol
|
86
|
40.2
|
0.3
|
Avenidas
|
53
|
24.1
|
0.7
|
avenida
|
71
|
33.2
|
1.5
|
tiendas
|
53
|
24.1
|
0
|
parque
|
59
|
27.6
|
1.2
|
camiones
|
52
|
23.6
|
0.1
|
Las palabras dadas por los niños y jóvenes muestran elementos cotidianos presentes
en la ciudad, como los edificios, pues esta palabra es un símbolo que opera como símbolo
fundante del espacio urbano que instituye el imaginario urbano. Sin importar que sean
ciudades con un desarrollo horizontal, siempre está presente construyendo la idea
de ciudad basada en su espacio arquitectónico basado en el funcionalismo y su ciudad
de concreto armado. Basta recordar cómo era representada la ciudad por los futuristas,
que a su vez produjeron el magma del imaginario de la ciudad moderna basada en la
racionalidad materializada en los edificios. De forma que no resulta extraño que las
utopías urbanas presenten su máxima manifestación en ciudades que están constituidas
en su totalidad por un macizo de edificios en los cuales se llevan a cabo todas las
actividades que conciernen a la ciudad, como se ha representado en el cine en Metrópolis,
de Fritz Lanz, o Tiempos Modernos, de Charles Chaplin.
En cuanto a la palabra auto, es casi igual de significativa que los edificios en la
construcción del significado de ciudad. La importancia del automóvil radica en ser
uno de los objetos que se crearon y desarrollaron en y para la ciudad moderna en su
origen, que comenzó a planificarse en función de la movilidad de mercancías y sujetos.
Es un objeto que encuentra su importancia en su permisividad de la movilidad en la
ciudad y su preponderancia ante otras formas de movilidad, como sería caminar. Característica
principal de las ciudades contemporáneas es que la movilidad y la velocidad son factores
claves de los que emergen sus interacciones y formas de vida urbana. Así como no se
puede conceptualizar e imaginar una ciudad sin edificios, lo mismo ocurre con el automóvil,
aunque se podría argumentar que en las ciudades arcaicas se carecía de estos, pero
no se puede negar que siempre han existido elementos de movilidad del hombre más allá
de los humano, fueran carretas, caballos u algún otro objeto que sirviera para este
fin. De ahí la importancia que adquiere este concepto en su posición sobre las redes
semánticas de los niños y jóvenes.
La casa, al ser un espacio donde se proyecta y reproduce el entorno de los habitantes
de la ciudad, tiene una importancia simbólica en la red, por ser el punto de partida
de relación con el mundo urbano y ser la morada como espacio privado que se habita,
elementos primarios en la construcción de la forma de vida urbana, pues por medio
de la coontogenia lingüística y social se va estructurando por medio de las comunicaciones
sobre el habitar el afuera de la casa, comunicación transmitida en primera instancia
por quienes habitan la casa y en segunda por los vecinos y amigos. Entonces, la casa
es a su vez el primer espacio de sociabilización y de privacidad, y marca el límite
entre dentro y fuera, entre lo público y lo privado, la ciudad abierta vivida por
todos y la casa íntima vivida solamente por la familia. Por tal motivo, no es extraño
que la casa presente una fuerza semántica al definir ciudad, pues es el origen desde
donde se vive.
En la Tabla 3, la red semántica general se obtuvo a partir de la unión de los diferentes conjuntos
SAM de los grupos de hombres y mujeres. Se puede ubicar dos elementos vinculados a
la cotidianidad relacionada con la importancia y el uso que le dan a su espacio así
como su interiorización: casas, escuelas y parques.
Tabla 3
Conjunto SAM general
SAM
|
M
|
FMG
|
G
|
autos
|
78
|
100
|
0
|
casas
|
69
|
88.5
|
0.9
|
edificios
|
59
|
75.6
|
1
|
escuelas
|
42
|
53.8
|
1.7
|
calles
|
40
|
51.3
|
0.2
|
árboles
|
36
|
46.2
|
0.4
|
tiendas
|
29
|
37.2
|
0.7
|
personas
|
26
|
33.3
|
0.3
|
parques
|
16
|
20.5
|
1
|
avenidas
|
7
|
9.0
|
0.9
|
El concepto que presenta el primer lugar en la red semántica general es el automóvil;
de ahí que no resulte extraño que se encuentren otros conceptos relacionados con la
movilidad, como las calles y las avenidas. Las calles representan el primer elemento
de la ciudad desde el cual el sujeto comienza su forma de relacionarse con el mundo
del espacio urbano, pues se encuentra tan solo a unos pasos de los límites de su casa,
e inicia allí sus recorridos hacia el resto del espacio urbano. Son recorridos que
tienen como característica ser lentos, por la velocidad que dan sus pasos o alguna
bicicleta, o una velocidad moderada desde el automóvil, lo que permite que el espacio
recorrido pueda ser percibido y simbolizado para sí y, por ende, volverlo emotivo.
Las avenidas son elemento central de las ciudades modernas, símbolos que representan
el desarrollo de una ciudad y elementos que permiten el desarrollo de las ciudades,
pues se relacionan directamente con la velocidad, elemento que en las ciudades actuales
adquiere mayor importancia, dado su tamaño, y que ratifica las relaciones sociales
y pone en crisis la experiencia con el espacio. De tal forma que no permiten la interiorización,
como el caso de las calles, que, por el contrario, se presentan como no lugares. La
red semántica de la ciudad se estructura por medio de símbolos que representan la
forma de vida urbana en la cotidianidad, y configuran la idea de un paisaje semántico
de la ciudad.
De forma que la red semántica general que se obtuvo de los niños y jóvenes presenta
las bases de una trofalaxis urbana que proporciona los primeros elementos semánticos
de la forma en que se relacionan con el mundo. De ahí que la ecología simbólica del
espacio urbano, en su forma más básica, se va construyendo por medio de la interacción
e incorporación de elementos semánticos que configuran una red de conceptos de los
que emerge el discurso de la forma de vida urbana, parte de los juegos de lenguaje
wittgestianos sustentados en el entendimiento y la comprensión mutua de los sujetos
involucrados.
Conclusiones
Se puede concluir que en la construcción de la red semántica que tienen los niños
y jóvenes sobre ciudad se presenta la relación entre dicha red y la forma en que se
relación con el mundo como principio articulador de las interrelaciones de la ecología
simbólica del espacio urbano por medio de los juego del lenguaje. De ahí que ocurre
lo que Ricoeur nombra como recorrido de la identidad, que comienza:
por la identificación del “algo” en general, reconocido distinto de cualquier otro,
pasando por la identificación de “alguien”, con motivo de la ruptura con la concepción
del mundo como representación (Vorstellung) (...) sobre esta transición entre el “algo”
y el “alguien” (...) se construye la transición del “alguien” al “sí mismo”, reconociéndose
en sus capacidades (Ricoeur, 2006, pp. 311-312).
El “algo” es la información referida a la forma de vida urbana, como puede ser algún
acontecimiento, lugar, recorrido, etc., constituida por los elementos de la red semántica,
que un sujeto urbano, comunica a algún “alguien” que es el otro sujeto urbano, sacando
del plano subjetivo su forma de relacionarse con el mundo a través de los símbolos
lingüísticos.
Todo esto forma parte de los juegos de lenguaje que son llevados de la mera representación
a la construcción y a la compresión del sentido de la experiencia espacial de la relación
con el mundo, donde la capacidad de retroalimentación de la información llevada a
cabo por el “alguien”, si está dentro de los juegos del lenguaje, permite distinguirlo
“en sí” respecto de algún otro no urbano. Entonces, la ecología simbólica del espacio
urbano, en su interrelación más básica, emerge del acoplamiento de marcadores semánticos
que han sido incorporados de diferentes yoes de manera coontogénica, y se presenta
a manera de círculos concéntricos recurrentes que van desde el yo al yo familiar,
al yo escolar y, por último al yo urbano, respecto de los límites espaciales, pues
se puede hablar de un yo social superior que interpenetra a todos. Pero esto es apenas
un primer acercamiento para estudiar la ecología simbólica del espacio urbano y la
forma en que nos relacionamos con el mundo.