Introducción
El presente trabajo se inscribe en el campo de los estudios sociales rurales de América
Latina, específicamente en el problema de la vivienda rural y de las políticas orientadas
a su resolución. Si bien la investigación se sitúa en un contexto territorial específico
-una zona rural del departamento de Canelones, en Uruguay- y toma un referente empírico
concreto -el Movimiento para la Erradicación de la Vivienda Insalubre Rural (Mevir)-,
la discusión que se plantea busca participar de debates regionales e internacionales
acerca del tema abordado.
Mevir es un organismo público no estatal que diseña y ejecuta la política de vivienda
rural en Uruguay.2 En el momento de su creación, se planteó como objetivo “la construcción de viviendas
higiénicas que sustituyan las habitaciones insalubres existentes en el medio rural
y aledaños de las poblaciones urbanas del interior” (Ley 13640, Art. 474). Las habitaciones insalubres se definen como “ranchos de adobe con piso de tierra
y techo de paja” (Mevir, 1983, p. 21), y su sustitución por una vivienda higiénica tiene por finalidad “mejorar los niveles
de vida deficitarios” (Mevir, 1983, p. 21) de los trabajadores rurales.
Sin embargo, en las aproximaciones preliminares al campo emergió, desde el discurso
de las personas adjudicatarias de viviendas de Mevir, un conjunto de expresiones que
dan cuenta de que esa transición desde viviendas rurales3 hacia viviendas provistas por el organismo público no puede ser leída exclusiva ni
linealmente como una mejora en el nivel de vida.
Si bien algunas investigaciones académicas recientes incorporaron una mirada crítica
sobre los efectos de Mevir, a la vez que el mismo organismo fue incluyendo una revisión
de su accionar, hay un conjunto de problematizaciones que se encuentran por fuera
del alcance de esas revisiones y que, por lo tanto, aún no han sido estudiadas. Entre
ellas está el análisis de los efectos de la transición de viviendas rurales hacia
viviendas de Mevir, que constituye el objetivo de esta investigación. Concretamente,
me pregunto si el acceso a una vivienda de Mevir implica, desde la percepción de las
propias poblaciones rurales, una mejora en su nivel de vida.
Las teorías elegidas para abordar ese objetivo respondieron a dos criterios. Por un
lado, se priorizaron perspectivas teóricas sobre la vivienda rural que involucran
una mirada compleja y relacional de esta, para superar abordajes exclusivamente materiales
que no consideran el sistema de relaciones en que se inserta la vivienda y, por lo
tanto, restringen el análisis de los efectos de su transformación. Por otro lado,
se priorizaron también perspectivas teóricas que abordan críticamente las políticas
de vivienda social, y complejizan la premisa de que el acceso a una vivienda de materiales
industriales representa un progreso para las personas que habitan en viviendas de
otros materiales, idea que obtura la posibilidad de entender y valorar -y por tanto
de transformar- los sacrificios que implica esa transición. Ambas decisiones teóricas
tienen el fin de analizar y comprender el contraste entre el objetivo de Mevir de
mejorar los niveles de vida de la población rural y la percepción de los propios adjudicatarios
de la experiencia de mudarse a esas viviendas.
La indagación en los aspectos sacrificiales de Mevir reviste una doble importancia.
En primer lugar, una relevancia teórica: si bien el tema de la vivienda rural viene
ganando lugar en las agendas de investigación, en Uruguay el asunto se encuentra aún
rezagado. Específicamente, las investigaciones que toman a Mevir como objeto de estudio
no son abundantes, y su aproximación desde miradas críticas es aún más escaso (ver
apartado de antecedentes). En segundo lugar, una relevancia política vinculada a la
posibilidad de transformar los aspectos sacrificiales de una política de la envergadura
de Mevir,4 en la medida en que consiguen ser expuestos, nombrados, delimitados.
Breve presentación de Mevir
Mevir fue creado en 1967 por Alberto Gallinal Heber, un estanciero y político de la
época. Desde el inicio, los principales destinatarios de la política de Mevir son
los asalariados rurales. Su programa central es el Plan de Viviendas Nucleadas,5 que consiste en construir conjuntos de viviendas de materiales industriales en localidades
del interior por medio del método de la ayuda mutua. Este supone el aporte obligatorio
de 96 horas semanales por familia en la construcción.
Una vez entregadas las viviendas, las familias abonan durante veinte años una cuota
en dinero como forma de pago de la casa y, luego de cancelada la deuda, adquieren
su titularidad definitiva.
En 1994, por la Ley 16690, Mevir amplió el público objetivo hacia pequeños productores rurales incorporando
el Plan de Unidades Productivas, que supone la construcción o mejora de viviendas
e infraestructura productiva en el medio rural disperso. En los últimos años, la institución
incorporó nuevas formas de intervenir (refacciones, ampliaciones, electrificación
rural, saneamiento, entre otras), aunque la predominante continúa siendo la vivienda
nucleada, que representa un 85% de las intervenciones totales.6
Actualmente, Mevir lleva realizadas 40,843 soluciones habitacionales distribuidas
en todos los departamentos del país, lo que consolida una amplia cobertura nacional
(Figura 1). Más allá de las ampliaciones y redefiniciones que caracterizaron al organismo en
su trayectoria, en una publicación por el aniversario número 50 de Mevir, la entonces
presidenta expresó que aún prevalecen aquellos rasgos distintivos de la definición
original: “un Movimiento (denotando acción, actividad con energía) para la Erradicación
(determinación, clara voluntad) de la Vivienda Insalubre (rancheríos, pobreza, antihigiénico)
Rural (ambiente y cultura de la población objetivo)” (2017, p. 2; los comentarios entre paréntesis son de la cita original).
Figura 1
Intervenciones de Mevir
Nota: intervenciones de Mevir por departamento, desde su creación en 1967 a septiembre
del 2022. Fuente: Sitio web de Mevir.
Antecedentes
Existen algunos estudios que, desde la década de los sesenta, abordan el tema de la
vivienda rural en América Latina y de las políticas públicas que la tienen por objeto.
Se destacan entre ellos el de Fals Borda (1963) en Brasil, quien plantea diversas funciones de la vivienda rural y propone sugerencias
para las políticas públicas de ese país; el de Bengoa (1987), que analiza las características de la vivienda rural chilena a partir de un estudio
de caso en Talca; el de Ríos Cabrera et al. (1998), quienes estudian la vivienda rural paraguaya y su relación con la enfermedad de
Chagas; el de Rotondaro (1999) en Argentina, que propone mejoras para prevenir el Chagas en viviendas rurales de
Santiago del Estero; el de Pastor (2000) en Argentina, que expone aspectos característicos de la vivienda rural tucumana a
partir de un estudio de caso en Valle de Tafí, y el de Boils Morales (2003), que aborda el tema de la vivienda rural mexicana desde una perspectiva histórica.
En los últimos años, en el contexto del auge de las teorías sobre la sustentabilidad
y del interés surgido por las diferentes formas de construcción de viviendas con materiales
naturales, hubo un crecimiento de investigaciones que abordan el tema de la vivienda
rural. Se destacan los grupos brasileros Habis (Lenzi, 2017) y Maloca (Moassab y Vettorazzi, 2019), y el grupo argentino GIEH (Sesma, 2021), que abordan en profundidad la temática de la vivienda rural y de la vivienda social
en contextos rurales, a escalas tanto conceptual como empírica. Otros investigadores
de la región que también trabajan estas temáticas de manera crítica son Garay (2018), Olivarez y Rolón (2021), Tomasi y Barada (2021), para la vivienda rural del noroeste argentino, y Carvalho et al. (2016), para la vivienda rural en Minas Gerais, en Brasil.
En Uruguay, dos estudios clásicos sobre la vivienda rural son el libro de Chiarino et al. (1944), que dedica un capítulo especial al tema, y el trabajo de Terra (1964), que analiza en profundidad la situación de la vivienda rural uruguaya. Más recientemente,
la investigación de López Gallero et al. (1998) sobre Mevir estudia de manera novedosa algunos aspectos del funcionamiento del organismo.
Sin embargo, es preciso señalar que, a pesar de la prolífica actuación de Mevir, los
estudios sobre políticas de vivienda social no la abordan con profundidad. Por ejemplo,
en la reconstrucción histórica que hace Magri (2015) de más de un siglo de política de vivienda social en Uruguay, la referencia a Mevir
se incluye en un capítulo aparte al final del trabajo, por fuera de la larga periodización
que construye la autora y sin integrarse al análisis sociohistórico que propone. Otro
ejemplo es la revista Vivienda Popular, de la Facultad de Arquitectura de la Universidad
de la República, pues solo dos de sus treinta y una publicaciones están dedicadas
al tema de Mevir y de la vivienda rural (1998 y 2017).
Existen algunas investigaciones académicas que tienen por objeto a Mevir, principalmente
trabajos finales de grado (Cabrera, 2015; Cardozo de León, 2014; Dalmas, 2004) y tesis de posgrado (Castelli, 2017; Venturini, 2016; Sánchez, 2021). Se destacan, dentro de ellos, los trabajos de Cabrera, Castelli y Sánchez, por
la adopción de perspectivas críticas.7
Marco teórico
VIVIENDA RURAL: MÁS ALLÁ DE LA MATERIALIDAD
A fines de la década de los sesenta, el término “hábitat” cruzó las fronteras de la
ecología para aterrizar en las ciencias sociales. La Conferencia de las Naciones Unidas
sobre los Asentamientos Humanos -realizada en 1976 en Vancouver, Canadá, y denominada
Hábitat I- constituye un punto de inflexión en la institucionalización de ese concepto.
Principalmente, la incorporación del concepto de hábitat competía con los enfoques
viviendistas que trataban el problema de los asentamientos humanos reduciéndolo a
términos puramente físicos; es decir, a la casa materialmente construida:
Para ciertos sectores de la academia y la política, el plantear hábitat en lugar de
vivienda buscaba posicionar una perspectiva integral para ampliar las nociones positivistas
que operaban sobre el problema…con esta noción se proponía cambiar su composición
desde dimensiones no solo materiales sino sociales, culturales y políticas [que] reconoce
la vivienda como elemento constituyente del hábitat e integrante de la urdimbre y
de las tramas de la vida humana -social, económica, ambiental, espacial y cultural-,
que se van configurando como soportes en la existencia, realización y creación para
los grupos humanos que habitan (Echeverría, 2004, p. 31).
No interesa, a los fines de este trabajo, profundizar en las diferentes acepciones
del concepto de hábitat, sino retener una de sus cualidades centrales: su capacidad
de colocar la vivienda en relación con lo que Echeverría nombró “una trama de la vida
humana”. La autora llamó a esta operación “pensar la vivienda en clave de hábitat”.
En el contexto de las ruralidades, pensar la vivienda rural en clave de hábitat implica
reconocer la trama donde ella funciona.
Una característica de la vivienda rural, que la distingue de la vivienda urbana, es
su particular imbricación con la trama económica o, en otras palabras, con el sistema
productivo donde se inserta y del cual participa. En ese sentido Tomasi define la
vivienda rural campesino-indígena como “un tipo particular de arquitectura doméstica
asociada con las lógicas productivas agrícolas y ganaderas de pequeña escala orientadas
fundamentalmente al autoabastecimiento” (2021, s/p).
Para aplicar esa definición a la ruralidad uruguaya es preciso realizar un ajuste.
En su trabajo, Tomasi se refiere a un sujeto rural campesino-indígena. No obstante,
la categoría de campesinado no se utiliza en Uruguay, al menos desde la década de
los ochenta. Las categorías predominantes para referirse a este sujeto social son
pequeño productor, productor familiar o, más recientemente, agricultor familiar (Oyhantçabal, 2013). Si bien estos últimos comparten con el campesinado el uso primordial del trabajo
familiar, se distinguen por su fuerte vinculación al mercado, que minimiza la proporción
de autoabastecimiento. De allí que, en el contexto de este artículo, cada vez que
se haga referencia a la vivienda rural uruguaya se estará aludiendo a la vivienda
del pequeño productor rural, que puede tener una fuerte vinculación con el mercado
agrario y que, inclusive, puede complementar la autoproducción con algún tipo de trabajo
asalariado.
Retomando el particular vínculo entre vivienda rural y producción, uno de los principales
atributos de la vivienda rural es el sistema de elementos que la componen, más allá
del espacio exclusivamente residencial, la casa. Así, incluye también los espacios
de depósito y las estructuras que sirven de albergue a los animales (Fals Borda, 1963; Pastor, 2000; Carvalho et al., 2016; Piñeiro, 1985).
Es en el entorno exterior inmediato donde se encuentran los materiales naturales usualmente
aplicados en la construcción de la vivienda (aunque también combinados con materiales
industriales). Estos materiales son trabajados a partir de técnicas constructivas
específicas, que no constituyen un reservorio de conocimiento especializado y de difícil
aprehensión, sino representan un trabajo popular, transmitido y conocido por todos
(Lenzi, 2017; Pastor, 2000). El método constructivo predominante es la autoconstrucción (Gutiérrez, 2015; González Claverán, 1998), individual o colectiva, usualmente llamada de ayuda mutua (o mutirão en Brasil).
En definitiva, lo que ponen de relieve estas definiciones integrales de la vivienda
rural es que sus rasgos no son aleatorios, sino se relacionan con el modo de vida
donde esa vivienda se produce; es decir, la vivienda es resultado de ese modo de vida
y, a la vez, contribuye a reproducirlo.8
Vivienda social: higiene, progreso e inclusión
La vivienda social es un bien necesario para la reproducción social que demanda la
intervención del Estado para su asignación. Esa intervención está orientada a facilitar
el acceso a dicho bien en un sentido desmercantilizante; es decir, afectando sus condiciones
de producción o circulación en el libre mercado (Sepúlveda Ocampo y Fernández Wagner, 2005). Si bien el concepto de vivienda social es utilizado también, en el contexto de
los estudios de la Producción Social del Hábitat, para referirse a las formas no estatales
o comunitarias de producción de la vivienda, en este trabajo el concepto quedará circunscrito
únicamente a la vivienda provista por el Estado.
Las políticas de vivienda social rural en América Latina presentan algunos rasgos
similares: utilizan materiales de construcción industriales para sustituir las viviendas
rurales de materiales naturales (usualmente nombradas como “ranchos” por esas mismas
políticas), y su diseño responde a concepciones urbanas del espacio que no suelen
considerar los usos específicos de la vivienda rural y su particular relación con
la trama donde se inserta (Vanoli y Mandrini, 2021; Sesma, 2021; Moassab y Bastos, en prensa).
Estas decisiones, especialmente la elección de los materiales constructivos, se inscriben
en una perspectiva higienista de la política de vivienda social. En algunos países
de América Latina, como Uruguay, la intervención estatal en materia de vivienda estuvo
asociada, desde fines del siglo XIX, a un propósito sanitario. En un contexto de expansión
del higienismo -movimiento liderado por profesionales de la medicina que plantea como
principal medio de integración social la higiene pensada desde la prevención de enfermedades-,
la preocupación por la vivienda de los trabajadores se expresaba principalmente en
términos sanitarios (Sesma, 2021; Magri, 2015).
Al plantear que las condiciones del medio físico y social en que viven las personas
son un aspecto crucial en la atención de la salud, el higienismo excedió rápidamente
los ámbitos de regulación estrictamente médicos, para pasar a organizar una racionalidad
general de intervención estatal sobre diversos dominios públicos, incluyendo la vivienda.
Es así como el higienismo se convirtió en el principal dispositivo de regulación de
la vivienda obrera, y la determinó como un espacio de inscripción de “lo limpio” y
“lo sucio” (Pereyra y Quevedo, 2020).
Es destacable, al menos para el caso uruguayo, la vigencia de la relación vivienda-higiene:
elaborada a fines del siglo XIX alcanza la actualidad, y queda expresada no solo en
la Constitución Nacional de 1934, que habla del derecho al “alojamiento higiénico”
sino también, y de manera muy contundente, en el propio Movimiento para la Erradicación
de la Vivienda Insalubre Rural, de 1967, objeto de esta investigación, tal como indica
su nombre.
Para mediados del siglo XX, con el auge -o la “invención”, en términos de Arturo Escobar (2014) - del desarrollo como mandato ineludible para las sociedades del llamado Tercer Mundo
que buscaran progresar, se dio un anudamiento productivo entre higiene, progreso y
vivienda. El acceso a una vivienda de materiales industriales ya no significaba únicamente
una mejora en términos sanitarios, sino se tornaba también en una vía para desarrollarse
y progresar. Como planteó Acosta en su estudio acerca de la importancia del higienismo
en Uruguay, no es arbitrario que la higiene constituya una de las estrategias de legitimación
del discurso del desarrollo, puesto que ya desde principios del siglo XX fue a través
de los inspectores sanitarios, como de los hospitales, que se transmitían pautas culturales
y normas morales modernas: “la higiene es la moral laica, o como decía un médico de
la época: gobernar es como higienizar” (2000, p. 9).
Sin embargo, en la década de los ochenta diferentes autores y movimientos sociales
vinculados a la perspectiva decolonial -entre otras teorías críticas del desarrollo-
ingresaron en la agenda pública para cuestionar los supuestos beneficios del desarrollo
y del progreso. Entre ellos se encuentra Romero Losacco (2018), quien trabaja sobre el concepto de “inclusión social” -clave en las políticas sociales
de vivienda-, y explica la manera como funciona en la racionalidad del desarrollo,
dirigida a incluir a los grupos sociales excluidos (principal aunque no únicamente)
de la relación salarial: “locos, criminales, niños, mujeres, plebes campesinas, salvajes”
(2018, p. 58).
Pero, dice el autor, atravesar la frontera que separa el adentro del afuera no es
gratuito, precisa de un esfuerzo: quien ingresa debe sacrificar ciertos rasgos de
su ser, desprenderse de algo (de las tradiciones), para ser-como, parecerse, al que
habita la condición de inclusión. En esa misma línea autores como García Linera (2016) en Bolivia y Gago et al. (2014) en Argentina plantean que los procesos de inclusión social llevados a cabo en sus
respectivos países en los inicios del siglo XXI estuvieron tomados por una ambigüedad,
expresada en la convergencia de dos tipos de elementos: uno activo y posibilitante,
y otro jerárquico y anulante.
Lo que ilumina este planteamiento es el lado sacrificial del progreso. La posibilidad
de disimular este “lado oscuro” (Mignolo, 2017) y sacrificial se da, entre otros motivos, por los mecanismos de dominación simbólica
que opera el proyecto del desarrollo y del progreso (Grosfoguel, 2016). Uno de esos mecanismos, particularmente interesante para este trabajo, es el de
clasificar como “insalubre” todas aquellas prácticas que estorban la carrera hacia
el progreso y que, tales, es preciso erradicar.
Metodología
El objetivo de esta investigación es analizar los efectos de la transición de viviendas
rurales hacia viviendas nucleadas de Mevir. Se plantea como hipótesis que el pasaje
del primer tipo de vivienda (rural) hacia el segundo tipo (nucleada) implica para
los trabajadores rurales un conjunto de sacrificios, que se yuxtaponen a los beneficios
y mejoras que también supone la transición, y que hacen de ella una experiencia compleja
y con matices, que no puede reducirse únicamente a la mejora en los niveles de vida
de esa población.
Las perspectivas teóricas críticas asumidas para la investigación exigieron una decisión
metodológica capaz de recuperar las valoraciones de quienes efectivamente habitan
en esas viviendas, como contrapunto a las voces “expertas” que suelen protagonizar
las evaluaciones acerca de ellas. De allí que se optó por una metodología de tipo
cualitativo, centrada en la técnica de la entrevista en profundidad. Esta técnica
tiene la potencialidad de generar conversaciones en marcos de confianza (Carmona et al., 2007) que permiten trascender, aunque sea parcial y momentáneamente, las construcciones
instituidas del discurso social, y acceder así a los pliegues, los bemoles, los intersticios
de los fenómenos estudiados.
Se definió como población objetivo las personas adjudicatarias de viviendas nucleadas
de Mevir que hayan habitado anteriormente en viviendas rurales. Debido a que el objetivo
de investigación requiere un análisis en profundidad, se realizaron recortes en el
objeto para viabilizar el trabajo investigativo:
Recorte espacial. En función de las restricciones económicas de la investigación (no
se contó con financiamiento específico), se debía elegir una zona accesible donde
residiera la población objetivo. De las opciones posibles, se seleccionó la región
del Santoral, del departamento de Canelones (Figura 2), ya que las intervenciones nucleadas de Mevir en esa región son en su mayoría recientes,
y existen incluso algunas viviendas rurales en pie. Esta cercanía temporal del proceso
de transición de la vivienda rural a la nucleada de Mevir favorece el recuerdo de
cómo las personas la experimentaron, lo que permite su recuperación y su análisis.
Figura 2
Microrregiones de Canelones
Nota. La zona del Santoral es la M2, que abarca los municipios de San Antonio, San
Bautista, San Ramón y Santa Rosa. Fuente: Sitio web de la intendencia de Canelones.
Recorte temporal. Debido a que la transición de la vivienda rural a la nucleada de
Mevir en la zona de estudio se produjo durante la década de los noventa, el período
que abarca esta investigación va desde la década de los sesenta hasta hoy, incluyendo
la época en que las personas entrevistadas habitaban en viviendas rurales, la transición
y la actualidad.
Luego de realizar los recortes analíticos sobre el universo de estudio, se procedió
a un muestreo intencionado de personas a entrevistar. La primera selección fue a partir
de contactos previos; posteriormente se procedió con la técnica de muestreo nominado,
o “bola de nieve”, que consiste en pedir a los entrevistados que recomienden a nuevos
participantes (Crespo y Salamanca, 2007).
En una segunda etapa del trabajo de campo se entrevistó a personas que, teniendo la
posibilidad de acceder (o al menos postular) a una vivienda nucleada de Mevir, decidieron
no hacerlo y permanecer en sus viviendas rurales. Esto no solo enriqueció el análisis,
al ofrecer una visión elaborada sobre los efectos de Mevir anticipados por estas personas,
también su consideración en la muestra permitió contar con un grupo de control a través
del cual se conjurara el riesgo de generar interpretaciones espurias o confusiones
(como atribuirle a Mevir un efecto que en realidad tuviera que ver con otros elementos
vinculados al contexto rural).
La organización de la entrevista fue planteada en dos partes: la primera sobre la
experiencia en la vivienda rural, y la segunda sobre la experiencia en la vivienda
social. Ambas partes tienen un núcleo común de variables de análisis, ya que parte
del estudio de la transición de una vivienda a la otra implicó una comparación entre
ambas (Tabla 1).
Tabla 1
Categorías, dimensiones y variables de análisis consideradas en la pauta de entrevista
|
Dimensión
|
Variables
|
Vivienda rural |
Materialidad
|
Materiales constructivos, forma de acceso
|
Construcción
|
Técnicas, constructores, plazos
|
Emplazamiento
|
Ubicación del terreno, implantación de la vivienda, acceso a servicios
|
Funcionalidad
|
Cantidad de espacios, distribución, usos
|
Producción
|
Tipos y especies (vegetales y animales), espacios destinados a la producción
|
Trabajo
|
Autoabastecimiento, trabajo asalariado
|
Enfermedades
|
Chagas
|
Materialidad
|
Materiales constructivos, forma de acceso
|
Vivienda social |
Construcción
|
Técnicas, constructores, plazos
|
Emplazamiento
|
Ubicación del terreno, implantación de la vivienda, acceso a servicios
|
Funcionalidad
|
Cantidad de espacios, distribución, usos
|
Producción
|
Tipos y especies (vegetales y animales), espacios destinados a la producción
|
Trabajo
|
Autoabastecimiento, trabajo asalariado
|
Enfermedades
|
Chagas
|
Transición
|
Cambios percibidos, beneficios, sacrificios, valoración de esos cambios
|
El corpus de análisis estuvo compuesto por entrevistas realizadas a nueve personas
que pasaron de viviendas rurales a viviendas nucleadas de Mevir (entrevistas tipo
1) y cinco personas que permanecieron en sus viviendas rurales (entrevistas tipo 2)9 (Tabla 2). Estas entrevistas fueron realizadas entre 2020 y 2022, de manera presencial, en
las propias viviendas de las personas entrevistadas. El contexto de la pandemia supuso
serias dificultades, al restringir la cantidad de entrevistas planificadas originalmente,
de manera que este período terminó por constituirse como una primera etapa de la investigación
que, si bien reviste un carácter exploratorio, el material elaborado en ella admite
un corte parcial para realizar el análisis y ajustar el procedimiento para una próxima
etapa de profundización de la investigación.
Tabla 2
Entrevistas realizadas
Fecha
|
Tipo de entrevistado/a
|
Seudónimo
|
Septiembre 2020
|
Tipo1 - Habitante Vivienda Mevir Nucleada
|
Tipo1A
|
Septiembre 2020
|
Tipo1 - Habitante Vivienda Mevir Nucleada
|
Tipo1B
|
Octubre 2020
|
Tipo1 - Habitante Vivienda Mevir Nucleada
|
Tipo1C
|
Octubre 2020
|
Tipo1 - Habitante Vivienda Mevir Nucleada
|
Tipo1D
|
Octubre 2020
|
Tipo1 - Habitante Vivienda Mevir Nucleada
|
Tipo1E
|
Noviembre 2020
|
Tipo1 - Habitante Vivienda Mevir Nucleada
|
Tipo1F
|
Abril 2022
|
Tipo1 - Habitante Vivienda Mevir Nucleada
|
Tipo1G
|
Mayo 2022
|
Tipo1 - Habitante Vivienda Mevir Nucleada
|
Tipo1H
|
Mayo 2022
|
Tipo1 - Habitante Vivienda Mevir Nucleada
|
Tipo1I
|
Julio 2022
|
Tipo2 - Habitante Vivienda Rural Dispersa
|
Tipo2A
|
Julio 2022
|
Tipo2 - Habitante Vivienda Rural Dispersa
|
Tipo2B
|
Abril 2022
|
Tipo2 - Habitante Vivienda Rural Dispersa
|
Tipo2C
|
Noviembre 2022
|
Tipo2 - Habitante Vivienda Rural Dispersa
|
Tipo2D
|
Noviembre 2022
|
Tipo2 - Habitante Vivienda Rural Dispersa
|
Tipo2E
|
Por último, es importante realizar dos aclaraciones. Por un lado, que este tipo de
estudios supone el análisis de múltiples fuentes de información y, en ese sentido,
si bien este artículo prioriza las entrevistas en profundidad a la población delimitada,
en otros trabajos se realizaron análisis de fuentes históricas y documentación pública,
así como entrevistas a funcionarios de Mevir y otros actores relevantes, cuyas conclusiones
serán integradas al análisis cada vez que sea relevante. Por otro lado, que no existe
pretensión ni posibilidad de universalizar los resultados obtenidos, pues el énfasis
está en la profundización y no en la generalización de sus resultados. En todo caso,
las generalizaciones posibles son a proposiciones teóricas y no a poblaciones o universos,
lo que otorga la posibilidad de expandir teorías (Yin, 2007).
Resultados
VIVIENDA RURAL
El total de las personas entrevistadas en este tipo de viviendas manifiesta que los
materiales de construcción más utilizados fueron principalmente madera, caña, tierra
y paja, y argumentan esa elección por su disponibilidad en el entorno inmediato, sin
necesidad de un pago en dinero por ellos. Inclusive, una de ellas explicó que algunas
especies vegetales eran plantadas específicamente con un fin constructivo; por ejemplo
“la caña y los eucaliptus [que] estaban todos pensados para la construcción” (entrevistada
Tipo1E, comunicación personal,10 octubre 2020). También mencionan la compra complementaria de materiales industriales,
como chapas, clavos y alambres. La presencia de este último tipo de materiales adquiere
mayor relevancia en el caso de las personas entrevistadas que permanecen en sus viviendas
rurales, que agregan el cemento Portland para el revoque de las paredes de barro.
La construcción de las viviendas se realizó de manera colectiva, principalmente entre
integrantes de la familia ampliada, incluyendo a veces vecinos y amistades. Era una
participación no remunerada, excepto para la función del techado, que en algunas ocasiones
fue por contrato. Los criterios para la elección del momento de la construcción fueron
variados: en el verano, para que seque mejor el material; en invierno, para hacer
mejor el barro; en los momentos de menor trabajo en la chacra, en paralelo con él.
Todas las personas entrevistadas resaltan el mantenimiento permanente que exige este
tipo de construcciones, aunque varían las percepciones respecto del peso que supone
esta tarea. Para quienes decidieron permanecer en sus viviendas rurales, la tarea
de mantenimiento se ve disminuida principalmente a partir de la incorporación de los
revoques de cemento: “mantenimiento no precisa nada, un poco de pintura nomás…, la
pared es de barro y el revoque es de Portland, se conservan lindo” (entrevistado Tipo2B,
c.p., julio 2022).
Respecto del emplazamiento de la vivienda rural -específicamente de la propiedad del
terreno donde se asentaba-, se observa una marcada distinción entre los dos tipos
de entrevistados: quienes accedieron a una vivienda de Mevir no tenían en su mayoría
propiedad del terreno donde se asentaba la vivienda rural, mientras que entre quienes
decidieron permanecer prevalece la propiedad de la tierra (Figura 4).
Figura 3
Vivienda rural en pie
Nota. Vivienda rural actualmente en uso donde se observa la presencia de paja, caña,
chapa y revoque de cemento (detrás del cemento la pared es de barro). Fuente: Elaboración
propia.
Figura 4
Galpón y pozo de agua
Nota. Galpón de chapa y pozo de agua en desuso en el terreno donde vivía anteriormente
una de las entrevistadas que habita en una vivienda Mevir de San Antonio. Fuente:
Elaboración propia.
Gráfico 1
Propiedad de la tierra según tipo de entrevistado/a
Fuente: Elaboración propia.
Además, las personas entrevistadas destacan positivamente la cercanía de la vivienda
rural respecto de escuelas rurales y de cursos de agua, como tajamares, cañadas y
manantiales, puesto que son fuentes de abastecimiento complementarias al pozo de agua
y al aljibe. En relación con los servicios, no había luz eléctrica, por lo que utilizaban
faroles de querosén y velas para la iluminación. Para la cocina y la calefacción utilizaban
ramas y leña disponibles en el entorno, aunque todos destacan que la calefacción no
era primordial, dado que, por las características de la construcción, “el rancho de
barro y techo de paja es el más fresquito de todos en el verano y en el invierno calentito”
(entrevistado Tipo1C, c.p., octubre 2020). Para quienes permanecieron en sus viviendas
rurales, la principal diferencia es que actualmente acceden a energía eléctrica y
agua provista por el Estado, aunque preservan también el uso de pozos de agua.
En todos los casos observados, se identifica la existencia de espacios de uso tanto
residencial como productivo: piezas para dormir, cocinas, corredores, galpones para
las carneas, ranchos para almacenamiento de verduras, galpones para bueyes, ranchos
para caballos, corrales, chiqueros para cerdos. Los espacios productivos se encontraban
separados de los otros y dispersos en el terreno, mientras que los espacios residenciales
podían estar todos unidos en un solo bloque o también dispersos. La mayoría de los
entrevistados destaca la amplitud de los espacios de la vivienda rural, principalmente
la cocina y los dormitorios. En relación con el mobiliario, los pozos de agua mencionados
anteriormente, así como las cocinas a leña, constituyen elementos importantes del
paisaje. En el caso de las personas que permanecieron en sus viviendas rurales, conservan
esta multiplicidad de espacios construidos en el terreno.
Todas las personas entrevistadas desarrollaban, en el mismo terreno donde se situaba
la vivienda rural, actividades productivas de pequeña escala vinculadas a la agricultura
(alfalfa, boniato, zapallo, maíz, trigo, ajo, cebolla, paja escoba, morrón) y a la
ganadería (cerdos, vacas, gallinas ponedoras, abejas). Esas producciones eran principalmente
para el autoabastecimiento y, si había excedente, se comercializaba en el Mercado
Modelo. En algunos casos, había intercambios o donaciones de alimentos entre los propios
vecinos u otros actores de la zona: “verdura no [producíamos] porque siempre traíamos
de la maestra de la escuela, era una escuela granja donde plantábamos verduras, y
había un ciruelo, de todo, todo lo que había a los niños más pobres qué íbamos nos
daban verdura como ayuda” (entrevistada Tipo1C, c.p., octubre 2020).
En términos generales, el trabajo en la chacra es percibido por los entrevistados
como una actividad sacrificada “de sol a sol”, aunque valorada por la seguridad alimentaria
que garantiza:
en el campo no pasas mal nunca, con una planta de verduras, animales, gallinas, y
si tenés vacas ordeñas vacas, haces el queso, todo, nosotros hicimos eso, ahí pasamos
bien, tenés todo ahí, hacíamos queso, manteca, todo hacíamos ahí (entrevistada Tipo1C,
c.p., octubre 2020).
Otra valoración de la producción rural tiene que ver con las tramas comunitarias donde
se inserta: “antes se pasaba más trabajo, sí, pero era más sano, nos conocíamos todos,
ya si había una carnea venían tres o cuatro vecinos a ayudar” (entrevistado Tipo1H,
c.p., mayo 2022). Suplido así el consumo familiar, solo algunos alimentos se compraban,
como la yerba y el azúcar. En relación con esto, los entrevistados destacan la estabilidad
de los precios y las relaciones de confianza con los proveedores, y ambas condiciones
permitían “sacar fiado” y pagar después de la cosecha.
Como complemento a la producción en la chacra, algunos entrevistados trabajaban también
de manera asalariada para otros productores, en tambos o criadero de gallinas, así
como en actividades domésticas (en este último caso se trataba solo de mujeres). Aquellos
que permanecen en sus viviendas rurales conservan el esquema de combinación de doble
tipo de trabajo (autoproducción y asalariado), así como el tipo de alimentos producidos.11
Finalmente, en relación con las enfermedades asociadas a la vivienda rural, principalmente
el mal de Chagas, ninguna de las personas entrevistadas manifestó haber padecido esa
enfermedad ni conocer gente cercana afectada por ella.
VIVIENDA SOCIAL
Las viviendas provistas por Mevir son principalmente de pared de ladrillo y techo
de chapa con cielorraso de plástico. Todas las personas entrevistadas manifiestan
conformidad con ese tipo de materiales, sea por la menor carga de mantenimiento que
suponen, sea por la mejora simbólica que les atribuyen: “con el ladrillo cocido era
como que entrábamos a ser un poquito más modernos, yo qué sé” (entrevistada Tipo1E,
c.p., octubre 2020). Sin embargo, todos resaltan la menor prestación térmica que ofrecen
en comparación con las viviendas rurales.
Figura 5
Vivienda Mevir
Nota. Vivienda Mevir en un núcleo de San Ramón. Fuente: Elaboración propia.
El método de construcción fue colectivo, encuadrado en la figura de la ayuda mutua
que impone Mevir como condición de acceso a la vivienda. Las horas de ayuda mutua
fueron aportadas principalmente por los integrantes del grupo familiar (siempre que
fueran mayores de edad), incluyendo a veces miembros de la familia ampliada. Vale
señalar que, a pesar de esa colaboración, en la mayoría de los casos estudiados, por
lo menos algún integrante del núcleo familiar debió abandonar su empleo o sostener
jornadas de doble trabajo, en condiciones de sobrecarga física y emocional, para garantizar
las horas de participación en la construcción exigidas por Mevir. Por ejemplo, una
de las entrevistadas relató que
yo me venía a Mevir los domingos, y tenía que venir porque si no hacía las horas...,
eso de las horas era horrible, tenías que hacerlo o hacerlo, no había nada de piedad
ahí, tenías que trabajar nomás y hacer las horas (entrevistada Tipo1C, c.p., octubre
2020).
Las viviendas nucleadas de Mevir se ubican en las periferias de las pequeñas localidades
urbanas, en terrenos adquiridos por el organismo, por compra o por donación, que luego
del pago total de las cuotas se adjudican a las familias junto con las viviendas.
En relación con este aspecto, los entrevistados valoran positivamente obtener la propiedad
del terreno y de la vivienda social, no solo por la seguridad que para ellos representa
esta tenencia, sino también por el ahorro del gasto de alquiler. Sin embargo, señalan
que, a pesar de considerar a Mevir como la única forma posible de acceder a una vivienda
propia, el esfuerzo económico que supone es grande: “yo no he podido terminar de pagar,
es una miseria lo que se paga, si vas a pagar un alquiler no pagas ni un cuarto con
esta plata, pero una estando sola se complica, no tenés otra entrada, y la jubilación
tan baja” (entrevistada Tipo1C, c.p., octubre 2020). Inclusive, algunos entrevistados
explicaron que debieron endeudarse para afrontar el pago de la cuota. En esa misma
línea, una de las entrevistadas que decidió permanecer en su vivienda rural expresó
que “son 500 o 600 pesos, no sé, pagan muy poco el núcleo, pero no te da, porque la
luz, el pago de Mevir, el agua, se te van sumando” (entrevistada Tipo2D, c.p., noviembre
2022).
Otro aspecto valorado por algunos entrevistados es la cercanía a los servicios de
salud: “ahora, acá, personas como nosotros de edad tenemos el sanatorio cerquita,
estamos con la familia que la que no es doctora es enfermera, es otra cosa” (entrevistada
Tipo1I, c.p., mayo 2022). Acerca de los servicios, el acceso al agua y a la red eléctrica
es valorado positivamente, e incluso señalado como una de las mejoras definitivas
que conlleva la vivienda social, aunque también subrayan los entrevistados que el
pago de esos servicios representa una presión financiera significativa para sus economías
familiares.
La inexistencia de espacios productivos en la vivienda social es uno de los aspectos
más destacados por los entrevistados en relación con su funcionalidad. El diseño de
la vivienda nucleada de Mevir, proceso del cual no está habilitada la participación
de sus futuros habitantes, incluye únicamente espacios de uso residencial. Solo algunos
de los entrevistados han desarrollado estrategias de apropiación y transformación
del espacio a partir de, por ejemplo, la realización de pequeñas huertas en los patios:
al principio cuando nos entregaron la casa lo primero que hicimos fue la quinta, porque
gracias a Dios nos tocaron solares grandes, porque una hija mía tiene solar [también
en una casa Mevir] pero es muy pequeño y pegado una casa con la otra (entrevistada
Tipo1E, c.p., octubre 2020).
Sin embargo, galpones o alambrados, que requieren una inversión mayor, no lograron
ser concretados, aunque la mayoría manifestó la voluntad de hacerlo, por no poder
afrontar el gasto por medios propios (y no contar con apoyo financiero de Mevir para
ese fin), y por el tamaño reducido de los terrenos. Tampoco tener animales es una
posibilidad:
el gurí mío ha traído animales, mirá, compró una oveja, la trajo, y es para problemas
con los vecinos, después se compró un caballo, ¿y dónde vas a tener un caballo? el
pasto se lo come en tres días, trajo gallinas, le duraron tres días, las agarraron
los perros de los vecinos y las hicieron pelota, trajo pato, conejo, de todo trajo
(entrevistado Tipo1F, c.p., noviembre 2020).
La anticipación respecto de esta dificultad de sostener la producción rural es aludida
por una de las entrevistadas, que decidió permanecer en su vivienda rural:
por más que te jubiles y te quedes con un pedazo de tierra, vos te crías el chancho
y la vaca, te crías gallina, te crías pollo, plantas dos surcos de boniatos, dos surcos
de papas, unos morrones y tenés todo, todo, tenés la heladera, tenés la comida, tenés
la luz, tenés todo, pero el problema que te vas para el pueblo y estás en el pueblo…
la gente del campo está acostumbrada a ser muy solidaria (entrevistada Tipo2E, c.p.,
noviembre 2022).
El tamaño reducido del espacio exterior no solo afecta las condiciones para desarrollar
actividades productivas sino también otros aspectos de la experiencia de habitar la
vivienda social:
yo me llevo bien con todos los vecinos, pero a uno criado en la campaña, salir y toparte
con la casa del otro vecino, un terreno que pertenece a otro, yo qué sé…, para mí
no es como en la campaña que tenés un árbol donde vos quieras, tenés una gallina suelta,
tenés un chancho suelto, los perros andan sueltos…, lo que más extraño es andar a
caballo, recorrer los campos, se extraña mucho eso…, hasta la puesta de sol es distinta
en el campo (entrevistado Tipo1F, c.p., noviembre 2020).
Una de las entrevistadas, que permaneció en su vivienda rural, expresó al respecto
que:
yo siempre digo: juntos pero no entreverados. Y en el Mevir del pueblo están así,
entreverados. Te reís acá y lo siente el otro, y el productor no está acostumbrado
a eso. Y vos te juntas con un asalariado, con uno del pueblo que le dieron, con el
mecánico que le dieron, con la maestra, y vos quedás como sapo de otro pozo…, los
llevás para el pueblo y no viven bien (entrevistada Tipo2E, c.p., noviembre 2022).
Hacia el interior de la casa, en ocasiones se han refuncionalizado o anexado algunos
espacios - principalmente la cocina- para usarlos con fines productivos. Es importante
señalar que este tipo de intervenciones no solo no son subsidiadas ni financiadas
por Mevir sino que, por contrato, tampoco pueden realizarse hasta que la casa no sea
efectivamente de propiedad de la familia, una vez que se termina de pagar todas las
cuotas.
La inexistencia de espacios productivos atenta contra la posibilidad de continuar
realizando, en la vivienda social, la producción para el autoabastecimiento. Pero
esto no es lo único que se ve afectado con la mudanza a la nueva vivienda: el trabajo
asalariado se pierde o se torna muy difícil de sostener. Uno de los entrevistados,
que trabajaba como asalariado en un campo de producción vitivinícola, comentó que
después de mudarse a su vivienda Mevir en el pueblo continuó trabajando en el campo
porque “acá en el pueblo no hay prácticamente nada, una changuita muy esporádica”
(entrevistado Tipo1B, c.p., septiembre 2020), y asumió por su cuenta los mayores costos
y tiempos de traslado que eso supuso. Otra entrevistada, que trabajaba en una avícola,
tuvo que dejar ese empleo tras la mudanza:
al principio yo me quedé con el trabajo allá y me venía los fines de semana, después
cuando mi hija empezó a venir a la escuela ya era otra cosa, había que estar acá,
no me servía viajar, el sueldo no me servía, pasé de trabajar en avícola a ser ama
de casa (entrevistada Tipo1A, c.p., septiembre 2020).
Por último, la pregunta por el balance general de la transición de la vivienda rural
a la vivienda social es respondida, en todos los casos, de manera positiva, con expresiones
como “estoy feliz en esta casa”, “estoy agradecida” o “ahora tenemos comodidades”.
Sin embargo, cuatro de los nueve entrevistados que actualmente viven en un núcleo
de Mevir expresan que, si hubieran podido acceder a una mejora de sus viviendas rurales,
hubieran permanecido en el campo. Las dificultades de esto recaen, según los entrevistados,
en el requisito de contar con la propiedad del terreno para solicitar ese tipo de
solución habitacional a Mevir, tal como lo resume con claridad uno de los entrevistados:
“si yo tuviera campo sí la hacía en mi casa, pero tenés que tener un terreno, si no
tenés terreno no tenés más remedio que comprar la casa en el pueblo que ya viene con
terreno y todo” (entrevistado Tipo1F, c.p., noviembre 2020).
Es en relación con esta dificultad para permanecer en el campo uno de los entrevistados
reflexiona que
había mucha gente, ahora no hay nadie, ahora la campaña está toda despoblada pero
antes había un vecino acá, otro vecino allá, y familias, menos de 14 y 15 en cada
casa no había, ahora no hay nada, ahora es todo de uno solo (entrevistado Tipo1F,
c.p., noviembre 2020).
En esa misma línea, agrega otro entrevistado que “en sí se está despoblando la campaña
y lo que van quedando son los grandes” (entrevistado Tipo1B, c.p., septiembre 2020).
Análisis y discusión
La pregunta planteada en la introducción, que busca responder este trabajo, es si
la transición de viviendas rurales a viviendas sociales provistas por Mevir constituye,
desde el punto de vista de los propios adjudicatarios, una mejora en su calidad de
vida. Mientras que las evaluaciones que el mismo organismo realiza acerca de su accionar
responden afirmativamente a esa pregunta, los antecedentes teóricos y las perspectivas
críticas convocadas para este análisis introducen algunos matices en esa evaluación.
En esa línea, en este apartado se contrastarán los resultados obtenidos con los antecedentes
teóricos, para afirmar o discutir lo estudiado hasta ahora acerca del tema de la vivienda
rural. A su vez, tal como se indicó en el apartado metodológico, en los casos que
sea pertinente se traerán a colación resultados de investigaciones propias anteriores
acerca de la construcción discursiva de Mevir para que sean pensadas a la luz de los
resultados de este trabajo.
GANAR CALIDAD DE VIDA
La primera percepción de los entrevistados acerca de su experiencia de mudarse a una
vivienda de Mevir es que, efectivamente, dicha transición mejora sus niveles de vida.
Esa mejoría se vincula principalmente a la provisión de energía eléctrica y agua,
y a la seguridad que les otorga la propiedad de la vivienda y del terreno y, en menor
jerarquía, a la cercanía a la policlínica y al ahorro de trabajo de mantenimiento
que suponen los nuevos materiales constructivos.
Es destacable que, si bien estos beneficios son articulados discursivamente, muchas
veces desde las nociones de modernidad o progreso (“ahora somos más modernos”, “progresó
la cosa”), no incorporan en ningún momento algún componente vinculado a la higiene
o a la sanidad, ni siquiera cuando las preguntas de las entrevistas se orientaban
directamente a esos asuntos. Si bien algunos autores ya señalaron el uso del higienismo
-en tanto discurso legitimado- para solapar otros intereses (Pereyra y Quevedo, 2020; Acosta, 2000), en la narrativa de Mevir fue y sigue siendo uno de los principios fundantes (y
aún vigentes) de la institución (Martínez Coenda, 2022).
La irrastreabilidad de elementos higiénicos en los relatos de los entrevistados sugiere
que el diagnóstico higienista que produce Mevir sobre la vivienda rural se realiza
sobre la base de una simplificación problemática: la asociación total y lineal de
la vivienda rural uruguaya con la insalubridad. En todo caso, sin descartar la existencia
de posibles problemas higiénicos vinculados a la vivienda rural, es viable plantear
que no todas esas viviendas están afectadas por esa problemática. Este desanudamiento
entre insalubridad y materiales naturales fue planteado ya en estudios anteriores
en la región (Mandrini et al., 2018; Rolón et al., 2016; Ríos Cabrera et al., 1998), aunque no en Uruguay.
También la asociación entre vivienda rural y pobreza presente en el planteamiento
de Mevir parece incurrir en cierta simplificación. Si bien la autoidentificación como
“pobres” es rastreable en el discurso de los entrevistados, en numerosas ocasiones
dan cuenta de la seguridad, por lo menos en términos alimentarios, de que gozaban
cuando vivían en el campo. Esa seguridad es nombrada como “se vivía bien”, “no se
pasaba mal”, lo que por lo menos matiza la asimilación automática entre trabajadores
rurales que viven en ranchos y pobreza, así como lo muestran otros estudios de la
región (Duguine y Rolón, 2021) y del Uruguay (Martínez Coenda, 2022).
En definitiva, si bien en principio hay coincidencia entre la evaluación de Mevir
y la percepción de los propios adjudicatarios de las viviendas de que el acceso a
la vivienda social significa una mejora en la calidad de vida, se reconocen diferencias
en las formas de significar esa mejoría. Estas diferencias se tornan relevantes en
al menos un sentido: la percepción de los entrevistados permite recuperar algunos
aspectos positivos de la vivienda rural (en un sentido amplio, incorporando su relación
con la vida rural) en lugar del planteamiento absolutista de la “erradicación” que
descarta todo lo que existía antes de su intervención. Es justamente sobre el argumento
higienista que se construye la erradicación como solución -tal como lo estudió Sesma (2021) para un caso argentino- y que se impone el sacrificio total de un modo de ser (Romero Losacco, 2018) para acceder a una política de inclusión habitacional.
Ejemplos de la preservación de algunos aspectos de la vivienda rural se hallan en
los relatos de los entrevistados que decidieron permanecer en el campo. Por caso,
la incorporación de revoques de cemento Portland a las paredes de barro para disminuir
la carga de mantenimiento de la construcción -aspecto muy valorado por quienes traicionaron
a viviendas de Mevir-, solución que no descarta las existencias anteriores, sino las
mejora. Experiencias similares de mejoramiento de viviendas rurales, como contracara
a las propuestas de erradicación, fueron relevadas por Ríos Cabrera et al. (1998).
Ahora bien, más allá de las diferentes formas de significar la mejoría en la calidad
de vida que supone la vivienda social por parte de Mevir y por parte de los adjudicatarios
de la vivienda, emergieron también, en el devenir de las conversaciones, otras formas
de experimentar esa transición que no se ajustan a la idea de “mejoría”. Por los objetivos
de este trabajo, me interesa focalizarme en aquellos relatos que evocan alguna pérdida
o sacrificio, puesto que, como se planteó en los antecedentes, no existen muchos estudios
que recuperen el lado sacrificial de las intervenciones de Mevir, y ninguno que se
focalice en la transición de la vivienda rural a la social. Con fines analíticos,
organicé esos sacrificios relevados en los resultados en tres ejes: trabajo, ingresos
y espacios.
PERDER TRABAJO
Tal como se expuso, una característica de la vivienda rural es la múltiple funcionalidad
de sus espacios, por ser al mismo tiempo unidad de habitación y de producción (Pastor, 2000; Tomasi, 2021). Todas las personas entrevistadas se dedicaban a la producción de la tierra: huertas,
corrales, chiqueros, pozos de agua y hornos de barro formaban parte de la constelación
de dispositivos que las familias empleaban para producir alimentos, en espacios interiores
o exteriores de la casa, de modo que disponer de espacios para estas actividades en
la nueva vivienda era un aspecto relevante para estas familias. Sin embargo, la mudanza
a la vivienda de Mevir en el pueblo, por su menor tamaño y por su diseño que no considera
esta particular plurifuncionalidad de la vivienda rural, dificultó la continuidad
de las tareas de producción para el autoabastecimiento, aspecto ya reconocido en estudios
sobre otras políticas de vivienda rural de la región (Carvalho et al. 2016) y en Uruguay (Venturini, 2017). Es decir, perder espacios significó también perder trabajo.
Es cierto que el Plan de Viviendas Nucleadas de Mevir está orientado a asalariados
rurales, razón por la cual el diseño de la vivienda no considera espacios productivos,
como sí lo hacen otros programas orientados a pequeños productores. No obstante, también
es cierto que, por las particularidades de la ruralidad uruguaya explicadas en al
apartado teórico (Oyhantçabal, 2013), los asalariados rurales son muchas veces, al mismo tiempo, pequeños productores.
De allí que, en ciertas formas de organización familiar -como las identificadas en
las entrevistas realizadas-, el trabajo de la tierra para el autoabastecimiento representa
un ingreso indirecto sustantivo y complementario al salario monetario, asunto que
no fue atendido por la política de Mevir.
Esta pérdida que trajo consigo la mudanza a la vivienda Mevir fue, en algunos casos,
parcialmente compensada a partir de estrategias de apropiación y transformación del
espacio, llevadas a cabo por los adjudicatarios. Sin embargo, las nuevas condiciones
de la vivienda social dificultaron recrear las estrategias de producción y organización
del espacio que se daban en la vivienda rural (Lenzi, 2017; Carvalho et al., 2016): las técnicas constructivas de las viviendas de Mevir no forman parte del acervo
de conocimientos constructivos de los trabajadores rurales, los materiales empleados
no están disponibles en el entorno inmediato, el tamaño del terreno no es suficiente
para incorporar nuevos espacios, y no existe financiamiento por parte de Mevir u otra
institución para resolver estas dificultades.
Así como las condiciones para desarrollar la producción para el autoabastecimiento
se ven afectadas con el acceso a la vivienda social, también el trabajo asalariado
se pierde o se torna muy difícil de sostener, principalmente debido a las mayores
distancias y, por ende, el incremento de los costos de traslado hacia el lugar de
trabajo. La variable “distancia con el lugar de trabajo” no solo no es considerada
por Mevir, sino tampoco suele ser incluida en los estudios de vivienda rural, debido
al predominio de la figura del campesinado que no se dedica al trabajo asalariado.
Sin embargo, la emergencia de esta variable y la jerarquía otorgada a ella por los
entrevistados indican la relevancia de incorporarla en las discusiones del campo de
estudios de la vivienda rural.
Las dificultades para sostener ambos tipos de trabajo -autoproducción y asalariado-
cuando se accede a la vivienda social no se verifica en las entrevistas realizadas
a las personas que decidieron permanecer en el campo. Como se mostró en los resultados,
una variable determinante para permanecer o no en el medio rural es la propiedad de
la tierra. Numerosos son los trabajos que estudian la desposesión de tierras efectuada
sobre poblaciones rurales (Piñeiro, 2010; Oyhantçabal et al., 2014), aunque ninguna profundiza en la función que desempeñan las políticas de vivienda
social rural en ese fenómeno, lo cual constituye una línea de indagación relevante
para el campo de estudios.
PERDER INGRESOS
El trabajo, sea asalariado, sea por autoproducción, representa una fuente de ingresos
directos e indirectos, respectivamente. Como se planteó, la mudanza al pueblo trajo
consigo dificultades laborales que redundaron en pérdida de ingresos. Pero esa no
es la única vía de perder ingresos, también lo es agregar nuevos gastos a la economía
familiar.
En el contexto de las dificultades laborales previamente reseñado, el pago de la cuota
de la vivienda Mevir se torna de difícil cumplimiento. Por otro lado, las nuevas viviendas
acarrean nuevos consumos. La provisión de energía eléctrica y agua, a la vez que es
altamente valorada por las personas entrevistadas, implica un esfuerzo económico que
agrava aún más la presión financiera. Si bien hay algunos apoyos estatales para reducir
dicha presión, son de difícil acceso y no alcanzan a cubrir a la población que necesita
tal apoyo.
Los efectos financieros en las economías domésticas que implica el acceso a la vivienda
social es un aspecto parcialmente atendido por Mevir (a través de la articulación
con políticas como “Canasta de servicios”, que busca disminuir la carga del pago de
servicios en la población de menores ingresos), pero está prácticamente ausente en
las investigaciones sobre vivienda social rural. Por sus consecuencias en los efectivos
grados de desmercantilización -aspecto crucial en los estudios de vivienda social-,
no solo del acceso sino también del mantenimiento de la vivienda, sería relevante
incorporarlo a los estudios sobre el tema.
Perder espacios
Además de la pérdida de espacios de uso productivo mencionada más arriba, la pérdida
de espacios de uso recreativo o residencial -que en las viviendas rurales se caracterizaban
por su amplitud y su cercanía con la naturaleza (Carvalho et al., 2016)-, también es experimentada por los entrevistados como sacrificios que impone la
vida en el pueblo. Esa naturaleza se representa en términos espaciales como un lugar
donde se puede estar “suelto”, en palabras de los propios entrevistados. Este aspecto,
que es relevante para el bienestar de los habitantes de la vivienda, si bien no es
considerado por Mevir, se aborda en estudios sobre vivienda rural que recalan no solo
en sus funciones residenciales y productivas, sino también en las recreativas (Fals Borda, 1963), comunitarias (Vanoli y Mandrini, 2021) y religiosas (Pastor, 2000).
A su vez, esa amplitud de los espacios externos tenía su correlato en el interior
de las viviendas rurales, y también representa una pérdida asociada a la mudanza a
la vivienda social: en las entrevistas se manifiesta que las viviendas de Mevir no
responden al tamaño deseado, e incluso que sus espacios son más pequeños que los de
sus antiguas viviendas rurales.12 Igualmente, es preciso realizar una puntualización en relación con este tema: esas
viviendas rurales de amplios espacios estaban superpobladas, de manera que, paradójicamente,
la vivienda Mevir de pequeñas dimensiones vino a resolver el problema del hacinamiento
y, simultáneamente, del deseo de independización de las personas entrevistadas respecto
de la vivienda de sus padres y madres.
Pero los espacios familiares o “privados”, no fueron los únicos afectados. Junto con
las viviendas rurales han desaparecido también algunos de los ámbitos de socialización
más característicos del campo. Tal como fue señalado por Piñeiro y Moraes (2008), en la medida en que los vínculos sociales comienzan a ser establecidos en los pueblos
y ciudades del interior uruguayo, desaparecieron del campo los boliches de campaña
(o almacén de ramos generales), los bailes de las escuelas, las ferias ganaderas y
la socialización que ellas ofrecían. En las entrevistas realizadas, aunque los boliches
de campaña y las festividades religiosas se rememoran con nostalgia, también se valora
la creación de nuevos ámbitos sociales en el pueblo, vinculados a alguna actividad
militante o de recreación.
Figura 6
“No mires mi progreso, mirá mi sacrificio”
Nota. Imagen expuesta en la muestra “Asalariados rurales de Canelones”, de la Fiesta
de la Chacra 2022. Fuente: Elaboración propia.
Conclusiones
El análisis de los resultados obtenidos da cuenta, por un lado, de que existe una
coincidencia en la evaluación, tanto de Mevir como de los propios adjudicatarios de
la vivienda, de que la transición de la vivienda rural a la vivienda social representa,
en principio, una mejoría en los niveles de vida, aunque la forma de significar esa
mejoría difiera entre ambos actores. El debilitamiento del argumento higienista que
produce la incorporación del punto de vista de los adjudicatarios de la vivienda social
desestabiliza uno de los pilares fundacionales de la política de Mevir, y pone en
entredicho la idea de “erradicación” que esta sostiene.
Por otro lado, los resultados evidencian la existencia de aspectos sacrificiales en
la experiencia de pasar de una vivienda rural a una vivienda de Mevir. Si bien esos
aspectos no parecen ser determinantes, tal como demuestra el hecho de que todas las
personas entrevistadas ratifican la decisión de mudarse a una vivienda Mevir, eso
no invalida la importancia de indagar en ellos y comprender así su naturaleza y su
composición. No solo porque esa comprensión permitirá ajustar definiciones conceptuales
acerca de la vivienda rural (relevancia teórica del tema), sino también porque permitiría
mejorar las regulaciones públicas que intervienen en esa materia (relevancia política
del tema).
Más allá de que, como fue dicho, la existencia de esos sacrificios no parece torcer
de manera significativa la decisión y el deseo de las personas de acceder a una vivienda
Mevir, su reconocimiento permite al menos relativizar la idea de que el principal
efecto de Mevir es una mejora en la calidad de la vida de esas personas. En función
de los resultados de esta investigación, sería más pertinente afirmar que la mejora
es observable en algunas condiciones de la vivienda, en una simplificación de ciertos
aspectos de la dinámica familiar, pero con una profunda afectación de la situación
laboral, económica y financiera de las familias. Esto tensiona la función central
de la vivienda social provista por el Estado: garantizar derechos y asegurar las condiciones
de reproducción social.
Los sacrificios revelados -organizados analíticamente en laborales, financieros y
espaciales- evidencian que el programa de viviendas nucleadas parece incurrir en un
error de definición de su población objetivo (los asalariados rurales), al no considerar
su imbricada relación con la autoproducción. Este error se agrava por el predominio
de una perspectiva viviendista, que ofrece una solución habitacional desconocedora
de la trama donde la vivienda se inserta. Perspectivas teóricas críticas de las políticas
de inclusión social de la región realizan una lectura política de este tipo de “errores”,
y denuncian sus graves efectos en relación con la pérdida de un sistema de conocimientos
contrahegemónicos -en este caso asociados a la vivienda rural (Mandrini et al., 2018)- y, con ello, el debilitamiento de una potencia política disruptiva -o una “productividad
política” (Gago, 2014, p. 288)- que se aloja en esos conocimientos.